No hay nada como un baño de multitudes en una plaza amiga cuando todo hace aguas a tu alrededor. Eso debieron pensar los dirigentes del Partido Popular cuando decidieron que la salida de este fin de semana de Mariano Rajoy fuera a Murcia, después de que un juez pusiera patas arriba la sede del PP de Madrid por una presunta financiación ilegal y cobro de comisiones o que todos los concejales del ayuntamiento de Valencia estén imputados por presunto blanqueo de dinero y, de nuevo, financiación ilegal del partido. Aquí, donde todo son cariños; donde saben que él puede pasear tranquilo por la calle, disfrutando de piropos y de sonrisas amables e incluso de palmaditas en el hombro animándole a formar Gobierno, pese a que haya sido él, y solo él, el que ha declinado esta tarea. Y por supuesto, el paseo incluye barrios ´bien´, de gente ´bien´ y que lo pasa ´bien´. Está claro que no va a dejarse ver por los barrios donde la gente no llega a fin de mes; que depende de la beneficencia para comer y para vestirse; que busca sin suerte trabajo desde hace tiempo, o que, si lo tiene, cobra un sueldo tan mísero que no le cubre sus necesidades básicas. Esa es la España que Rajoy no quiere ver.