Que Alejandro Magno fue uno de los más grandes generales de la Historia es sabido, conquistador de una extensa parte del mundo antiguo, de regiones ignotas aún hoy en día para los mismos satélites del Pentágono. Pues en la mismísima Tora Bora afgana llegó a ser considerado un dios, como nos cuenta Rudyard Kipling en El hombre que pudo reinar. Cuando el macedonio conquistó Frigia, se enfrentó al nudo gordiano sobre el que recaía la profecía de que aquél que fuera capaz de desatarlo conquistaría el Asia entera. Alejandro lo cortó con su espada por las bravas, diciendo que tanto monta cortar como desatar, frase que le encantó de tal manera a Fernando el Católico que la usó como lema y los heraldos dibujaron un nudo en su escudo junto a las columnas de Hércules.

Es menos conocido que su preceptor fuera el mismísimo Aristóteles, del que tan buenas referencias tenemos por Santo Tomás de Aquino, de manera tal que parece que hubiera sido cristiano antes del mismo Cristo. La del Grande no fue un prodigio de reflexión filosófica al enfrentarse al nudo, pero su metáfora está presente aún en ciertas cabezas no tan privilegiadas como la alejandrina y con frecuencia recurrimos a ella para expresar que estamos ante un problema de difícil solución.

Los contertulios de los programas matinales piden coherencia política cuando son incapaces de aplicarse el lema. Con frecuencia escuchamos a políticos y parlanchines varios hincharse la boca a dos carrillos diciendo que son liberales. Le dijo la sartén al cazo. Y luego pasa lo de los titiriteros. El ayuntamiento de Madrid contrata un espectáculo infantil con tan pésimo guión que han sido procesados por apología del terrorismo. Si no fuera tan serio, diría que me da la risa. Entre las lindezas del espectáculo parece que estaba ahorcar a un juez, violar a una monja y prepararle pruebas falsas a una inocente anarquista por una policía falaz y torticera.

En este nudo gordiano son precisamente los autoproclamados liberales quienes piden respeto a las instituciones, menos para el ayuntamiento de Madrid que permitió ese atentado contra todo lo pulcro que hay en la faz de la tierra, ¡por Dios, jugar con la inocencia de los niños! Y denostar que ciertas manifestaciones no están amparadas por la libertad de expresión.

¡Vaya! Pues yo creía que el liberalismo reivindicaba la existencia de un Estado protector de nuestras libertades conquistadas, en especial la de pensamiento; unas leyes limitadoras del poder del Estado y garantes de los derechos civiles. ¡Ah, enrevesado nudo gordiano, trampa ideológica! Resulta que estos liberales sólo defienden la libre empresa y confunden el justo beneficio con la máxima ganancia.

Ahí les va, ya los chinos se saben el truco y se proponen conquistar Europa utilizando las viejas armas: la OMC defiende la artificial devaluación monetaria del yen, su libre competencia con enormes desigualdades internas que hacen más grande el abismo entre pobres y ricos. Han empezado comprando el puerto del Pireo por lo que vale un caramelo, algo con que cubrir tres o cuatro meses de deuda griega. ¿Y qué hará Syriza cuando no le quede nada que vender? Seguramente se ofrecerá, ya desnuda de ideas y recursos, en la plaza Sintagma a los grandes y estrafalarios líderes de la izquierda mundial. ¿Y ese espectáculo será grato a los niños de izquierdas? ¿No herirá la sensibilidad de ningún liberal de salón y parqué bursátil?

Por supuesto, abomino de los delitos de opinión, ya que son la antesala del fascismo y el totalitarismo. Pero en nuestra democracia se nos colaron de rondón para perseguir la apología del terrorismo y han acabado siendo la nueva versión del infame delito de escándalo público. Y si el mecanismo de defensa de esta sociedad contra la estulticia y el infantilismo de ciertos sectores que se hacen pasar por sacerdotes de la cultura es reivindicar la sacrosanta magnificiencia de las instituciones del Estado, aviados estamos. País de incultura y recato, reserva espiritual del occidente de las ideas. Será que estamos más cerca del abismo insondable preconizado por los copernicanos. Pues bien, volvamos al heliocentrismo, sigamos haciendo del nuestro el santuario de la ignorancia, que inventen ellos, que diría Unamuno „y a ver si alguien capta de una vez la ironía del pensador vasco que ni a vislumbrar llegó el gran Ortega y Gasset„.

La mejor defensa de una democracia está en la formación intelectual de sus ciudadanos. Hacen falta más librepensadores y menos liberales adoradores de la moneda fiduciaria. Theodor Mommsen acude de nuevo en mi auxilio para definir a estos capitalistas new wave, semejantes a sus contemporáneos de mitad del XIX. Allá por los tiempos de la República, cuando el pueblo no tenía como defensa ni siquiera a los tribunos de la plebe, la suma de los grandes propietarios «crecía diariamente en número y en opulencia, y conquistó rápidamente el poder del Estado, cuando aparentemente no hacía más que servirlo. El edificio de su plutocracia repugnante y estéril tiene mucha analogía con la de nuestros modernos jugadores de bolsa».

Una sociedad formada no se entretiene en espectáculos de dudosa calidad ni hace de la moralidad la sacrosanta bandera del sistema, no necesita recurrir a la prisión provisional y sin fianza. Convendría recordar que la mayor condena en la democracia ateniense era el ostracismo. Los ciudadanos escribían en una teja „ostrakon„ el nombre de aquél que consideraban nefasto, que era desterrado durante diez años; así fuera Arístides el Justo, quien se ofreció a escribirlo a un campesino analfabeto: «¿A quién quieres poner?». «A Arístides». «¿Y por qué quieres condenarlo a él?». «No lo conozco, pero estoy harto de escuchar que le llaman el Justo».

Falta mucha, pero que mucha cultura. La misma alcaldesa se ha referido al hecho diciendo que es ´lamentosísimo´. Pues eso, otra vez la patada al idioma. Lamentable, muy lamentable el nivel que tienen.