Fue en la España permeable, la que se acercaba a los años sesenta con ilusiones variopintas. Una película de Fernando Palacios, interpretada, entre otros, por Conchita Velasco y Tony Leblanc, en 1959 ; una fecha, el 14 de febrero, un santo, San Valentín, mártir en Roma hasta que la Iglesia católica, recelosa y recientemente, le quitó el título. Una canción compuesta por Augusto Algueró y cantada por Monna Bell; la guinda, el interés y publicidad de unos grandes almacenes atentos a la forma de vender. El amor siempre es buena excusa para el comercio.

Paco, mi amigo carnicero en la pedanía, a estas horas ya habrá aceptado la oferta de la agencia para otro Día de los Enamorados inolvidable y estresante. Un lustro lleva diciendo sí a su contratación. Habitación en hotel de primera, en la costa, con jacuzzi en el que este año se promete conseguir el chorro de burbujas estimulante que hasta ahora, en las ocasiones anteriores, nunca pudo hacer funcionar con el mando a distancia. Spá y cena romántica. Y lo que él llama inéditamente un ´depese´, un momento de placer de varias características. Una copa en buen momento o un momento conyugal activo.

Paco cerrará la carnicería y se lanzará a la carretera con todo el vértigo que requiere la ilusión; a bordo y a su lado, su esposa que ya conoce el programa por lo acontecido otros años anteriores. Un sin vivir, casi no da tiempo a nada con el programa feliz que han preparado los técnicos de la hostelería del amor. Música, baile, ternura y una vuelta a los orígenes de la seducción. Mucha canela en el arroz con leche e imaginación, mucha imaginación para ver en lo conocido un lugar nuevo y atractivo. Las formas son las que producen el éxito de la empresa. Poco más de veinticuatro horas agotadoras, pero merecen la pena. Solo se trata de una vez al año y hay que celebrar, como decía el sabio, hasta las cosas cotidianas cuando aguantan la normalidad de los días.

Les aseguro que no hay cosa más triste que celebrar un Día de los Enamorados, un San Valentín, en solitario, sin pareja, aunque estés enamorado de la vecinita de enfrente, tan gemela a ti en las emociones, pero sin la posibilidad de compartir contigo la mínima fiesta. Eso sí, te cuesta la mitad, es una ventaja. En la crónica comercial, los establecimientos tienen en esta fecha el oro puesto en salvar económicamente febrero. Ya no hay plazas en muchos restaurantes que anuncian menú especial con beso añadido. Las peluquerías de señoras se esmeran en el peinado sorpresa mientras el marido hace ejercicios de yoga y tantra para salir airoso de la cita. Un Día de los Enamorados más; un punto de inflexión que evita el divorcio exprés y alienta, en la vida, el corazón sentimental de la pareja hecho realidad bajo la espuma blanca de la gran bañera. Sean felices.