La libertad de expresión es algo curioso. Según quien la utilice, puede ser buena o mala. Por ejemplo, hace unos días, dos titiriteros de la compañía Títeres desde Abajo fueron detenidos y enviados a prisión sin fianza por un presunto delito de enaltecimiento del terrorismo. Desde entonces, muchos artistas, políticos y ciudadanos en general han pedido la liberad de los dos titiriteros basándose en el famoso derecho a la libertad de expresión. Para saber de lo que estamos hablando y según se ha publicado en distintos medios y afirmó el público presente, durante el desarrollo de la obra La Bruja y don Cristóbal, los dos titiriteros detenidos escenificaron numerosas acciones violentas, como el ahorcamiento de un guiñol vestido de juez, el apuñalamiento de un policía y la violación de una monja y su posterior apuñalamiento con un crucifijo. Asimismo, exhibieron una pancarta con la leyenda «Gora Alka-ETA».

Con respecto a este suceso, Ada Colau coincidiendo con otras muchas personas afirmaba en Facebook que «en una democracia sana hay que proteger toda libertad de expresión, hasta la que no nos guste». Y ahí está lo difícil del asunto. Por norma general, en este país se defiende o se crítica cualquier actuación política según qué partido la cometa. Así, si son los de izquierdas los que cometen una mala actuación, los de derechas la criticarán, y los de izquierdas se defenderán diciendo que cuando Esperanza Aguirre o cuando Aznar, esto y lo otro.

Si son los de derechas los que cometen una mala actuación, los de izquierdas la criticarán, y los de derechas se defenderán diciendo que si Zapatero o Venezuela. Y de este modo, es absolutamente imposible hablar razonadamente. Así, en un país donde parece que eso de las libertades no lo tienen muy claro ni la derecha ni la izquierda política ni social, podemos decir que si una persona insulta al rey, es libertad de expresión; si insulta a la bandera republicana, es fascista. Si una mujer se mea en la calle como modo de protesta, es libertad de expresión; si decide dejar su trabajo para cuidar a sus hijos, es tonta. Si una persona critica a la Iglesia católica, es libertad de expresión; si critica a otra religión que no sea la católica, es intolerante. Si una persona pide la independencia de una Comunidad autónoma, es libertad de expresión; si pide la unión de España, es fascista. Si una persona critica las procesiones de Semana Santa, es libertad de expresión; si critica el día del orgullo gay, es machista. Si una persona vota a Izquierda Unida es un rojo quema iglesias; si vota al Partido Popular (como he visto por ahí) es idiota.

Amo la libertad de expresión como el que más. Todos los que escribimos, lo hacemos. Pero la libertad de expresión termina cuando se ofende al otro de manera gratuita, falsa o interesadamente. Yo, como cualquier otro, tengo mi ideología política, mi religión o mi falta de ella, mi equipo de fútbol, mi piloto favorito, mi comida favorita, pero no utilizo todo ello para escribir artículos a favor de unos y en contra de otros, ni utilizo todo ello para adoctrinar a mis alumnos. En la vida no importan las palabras que decimos, sino los hechos que realizamos. Por eso, hay que procurar juzgar solamente los hechos, sin importar de donde vengan. Para ello, solo hay que detenerse un momento y pensar qué sentiríamos y diríamos si en la escenificación de la obra el ahorcado, el apuñalado y la violada no fuesen un juez, un policía y una monja, sino uno de esos artistas y políticos que tanto apoyan esa tan presumida libertad de expresión.