Sobre la huerta murciana, su importancia, su presente y su futuro, han corrido suficientes ríos de tinta y quizás no quepa ya duda de que lo que toca ahora es acción. Por ahí parece que va el ayuntamiento de Murcia, y ojala que con valentía, participación, crítica constructiva y acuerdo político, amplitud de miras y el impulso de todos, las ideas de protección y regeneración de la huerta que maneja la concejalía que dirige Antonio Navarro se concreten en acciones y políticas que cumplan el objetivo.

No será fácil, y seguro que a donde tendremos que mirar para vislumbrar algo que se parezca un poco al éxito es hacia el medio plazo. Porque ocurre que son muchos y complejos los condicionantes socioeconómicos, de mercado, territoriales e incluso sociológicos que han conducido a que la degradación de la huerta sea la que ha sido, en particular en las últimas dos o tres décadas. Tampoco nos engañemos: este proceso no es exclusivo de la huerta murciana, sino que es compartido por todas las aglomeraciones urbanas que se han ubicado históricamente en las huertas y vegas fluviales mediterráneas.

La modificación rural y la industrialización de los mercados agrícolas impulsaron el comienzo de una radical reducción de la importancia objetiva de las huertas como nicho económico, y más recientemente el valor del suelo, infinitamente superior convertido en dúplex que en cultivos en precario, ofreció el definitivo argumento al proceso, con frecuencia de forma amparada por una planificación urbanística no particularmente sensible a los parámetros paisajísticos.

El pasado martes el alcalde de Murcia, José Ballesta, presentó junto a la asociación Azacaya y otras entidades la iniciativa de celebración de una Semana de la Huerta para la última semana de febrero con el objetivo declarado de sumar apoyos y esfuerzos para proteger y sensibilizar sobre el valor la huerta. Sin duda se empieza por la sensibilización y la participación pública, ánimo con ello. Y a partir de ahí habrá que explorar todas las alternativas microeconómicas para una huerta del siglo XXI, todas las opciones turísticas, paisajísticas, y de modos de vida, y todas las oportunidades territoriales para hacer de la huerta una 'matriz' de paisaje que mantenga la calidad de vida y que además conserve mucho más eficazmente tanto el patrimonio como, al menos. los sectores más auténticos de huerta, los pedazos de vega más cercanos a los viejos cauces, los lugares más visibles o más singulares. No sé cómo se aborda la complejidad territorial de la huerta. Quizás algunas áreas al modo de parques metropolitanos; otras en forma de áreas de baja edificabilidad; las de más allá integrándolas de modo eficaz en el policentrismo al que parece invitar el sistema de pedanías del municipio murciano; muchas a modo de ciudad-huerta que construya una malla entre la edificación y el medio, y otras tantas como áreas directamente protegidas. Al modo que sea, pero ya a partir de ahora pensándolo y planificándolo en serio.