Me gusta el cine. Es más, me gusta el cine español en la misma medida en que me gusta el norteamericano, el francés o el italiano. O mejor dicho, me gustan películas españolas, norteamericanas y europeas. Me gustaría incluir también las afganas, pero no he alcanzado ese nivel de intensidad intelectual ni siento esa pulsión interior de ver cine en pashtún en versión original pero sin subtitular. Porque, dejémoslo claro, si te pones intenso, te pones de verdad. Vamos, que lo que me gustan son las historias extraordinarias o cotidianas, los personajes bien construidos y la música (pocas cosas hay más emocionantes en el cine que una canción adecuada en el momento justo). Así que puntualizo, porque decir que me gusta el cine español es una afirmación demasiado genérica que incluye todo un concepto de industria y una serie de personas que, aisladas de una cinta de noventa minutos (no entiendo el porqué de películas de dos horas y pico, por cierto) se me antojan tediosas e insufribles.

Cada vez que se acercan los premios Goya me sucede lo mismo y mi inquina hacia esta gente alcanza un momento pico, como cada vez que se envuelven en una sábana para protestar por alguna causa, justa sin duda en tanto que la defienden ellos, y se permiten darnos lecciones a los demás. Porque, claro, la carrera interpretativa de Juan Diego Botto, la banda de los Bardem o Maribel Verdú otorga la capacidad y, aún más, la obligación de opinar de todo desde el convencimiento de que lo hacen desde una atalaya de superioridad moral. ¿Para qué queremos a los economistas, a los juristas, a los filósofos y a los pensadores si tenemos a Dani Rovira de faro intelectual y político de Occidente? Y éste viene con una sopa oriental para microondas en la mano y todo. «Te la lecomiendo», dice el discípulo de Séneca. El festival del humor ha comenzado, tomen asiento.

Aunque reconozco que este año los premios Goya han tenido como aliciente ver a Pablo Iglesias con el esmoquin de Helmut Kohl, la gala es ya un desfile previsible de ricachones cebados con subvenciones (por lo que fuera, se les pasó comentar el escándalo de las ayudas fraudulentas) que utilizan sistemáticamente un espacio para atacar, no ya a un partido político en exclusiva, sino para despreciar a una parte de su público que, por cierto, aprobaría con gusto que el Gobierno que votó les hubiera cerrado un poco el grifo. Porque esa es otra, ese Hollywood al que odian, pero al que todos quieren ir a hacer carrera y a ahorrarse unos impuestillos, tiene la mayor industria del cine del mundo sin que medie un dólar de dinero público. ¿Qué solución hay para ser como ellos pero aquí? Pues recurriendo al Estado, es decir, a usted y a mí.

¿Y por qué hay que subvencionar sus películas? Es evidente, aunque de todas formas, yo se lo explico. Hay que apoquinar, amigo o amiga, porque lo de esta gente es cultura, pero de la buena, ojo. Y es que, en su fatuidad y prepotencia, no tienen empacho en ponerse a sí mismos la etiqueta de cultura. Porque sí, porque ellos lo valen y porque en España muchos vienen extendiendo la tendencia de confundir la cultura con el entretenimiento, o bien de concebirla como una creación artística soporífera, incomprensible y plomiza, sólo apta para quien luce gafas de pasta sin cristal, atuendo que viene a ser a la idiotez humana lo que el nivel naranja a la alerta terrorista en Estados Unidos.

Bajo esa premisa no me queda más remedio que asumir con humildad que soy la manifestación de incultura más aberrante sobre la faz de la tierra después de los Gemeliers en Pasapalabra. Qué le vamos a hacer. Es que yo veo cine desde una perspectiva holística, que dirían los cursis en un MBA cualquiera, o sea. Vamos, que hay veces que voy a pasarlo bien, otras a ver algo más serio y algunas a ver basura, incluso conscientemente, porque eso también es un placer si se administra en su justa dosis. Y lo voy a seguir haciendo, voy a seguir consumiendo (¡oh!, horrendo verbo capitalista) cine español, sí, pero no les presupongo a quienes trabajan en él superioridad moral o intelectual alguna.

¡Qué grande es el cine, pero qué pequeños algunos que lo hacen!