Dicen que en la sencillez reside el éxito. Truman es un claro ejemplo de ello. La película ganadora de cinco Premios Goya habla de cosas tan naturales y fundamentales que a veces, en esta sociedad tan corrupta, olvidamos. La vida, la amistad, la valentía, la comprensión... Leía a Ricardo Darín decir que Truman no trata de la muerte sino de la vida. Y no puedo estar más de acuerdo con el argentino. Porque hacía tiempo que un relato sobre la muerte no aportaba tantas ganas de vivir. Desde el inicio hasta el final, la historia quiere hacernos reflexionar. Me quedo con la amistad sin límites, con la lealtad al viejo amigo que ha tomado una decisión incomprensible para todos, pero firme para él; con el adiós silencioso entre el padre y el hijo, y con el amor por el prójimo, aunque ese prójimo sea un ser de cuatro patas. Desde que vi la película me he planteado algunas cuestiones, pero si hay una escena que me ha marcado, esa es la del veterinario. Porque solo quien ha sido capaz de encontrar el amor en un perro o en un gato sabrá entender la importancia de esas preguntas. Si no lo comprenden, miren los ojos de un Truman cualquiera y verán que su corazón de perro es más grande que la mayoría de los nuestros.