Necesitamos partidos que no obliguen a sus militantes a perder el alma. La expresión ´perder el alma´ no es de un franciscano. Es del joven Georg Lukács cuando todavía era amigo de Max Weber. El caso es que nuestros partidos, hasta ahora, no lo han logrado. Uno, el PP, perdió el alma cuando Aznar le hizo jurar fe incondicional a su palabra de que Irak guardaba armas de destrucción masiva; el otro, el PSOE, cuando, sin rechistar, votó la enmienda constitucional de Zapatero que obligaba a pagar la deuda pública. Pero el alma no se vende de una vez y de golpe. Hay toda una serie de pasos intermedios. Así, el PSOE se fue quedando sin alma poco a poco, con aquello del marxismo, luego con la OTAN, después con el GAL, y por último con Filesa y Roldán. Felipe González ha sido Mefisto en esto de comprar almas. Aznar nunca fue tan refinado. Su estilo de caudillo se limitó a imponer la comunión con ruedas de molino. Cuando quiso convencernos de que los atentados de Atocha eran obra de ETA, el país se atragantó. Su partido, sin embargo, comulgó con reverencia. Ahora ya sabemos la dimensión de su estómago.

Desde entonces, los dos partidos deambulan sin alma por la historia. La consecuencia: no tienen capacidad de regenerarse. Pues la regeneración de un partido solo puede venir de gente libre, que hable claro, que sepa distanciarse del pasado con legitimidad, que construya un relato capaz de anunciar un futuro. Todo carisma tiene esta estructura: «Hasta ahora se os ha dicho€, pero ahora yo os digo». El carisma es sentido histórico. Sin alma, es imposible. El efecto de una boca sin alma es la inercia, el habla muda, un bla, bla, bla que llena el vacío. Una boca con alma debe decir aquello que haría hablar a las piedras si ella callara. El ejemplo más claro de un partido sin alma consiste en sacar a la calle a sus viejas glorias. Ese es el espectáculo que ha ofrecido el PSOE. Cuando se tendría que imitar la serie Borgen, el PSOE imita a The walking deads. Demasiado se ve el bocado de carne que llevan en los dientes esos personajes que un día salieron de la política por la puerta de atrás.

No hay mejor señal de que estamos al final de un ciclo histórico. Quien actúa así sólo tiene pasado y habla al pasado. El PSOE hace gala de sus muchos años de historia como garantía de solidez. Es un error. Esa larga historia en su mayor parte no estuvo acreditada en regímenes democráticos. Ante ciudadanías activas, las realidades centenarias se ven expuestas a necesidades de legitimación más exigentes, menos basadas en la virtud granítica de la resistencia. No es seguro que en las nuevas condiciones de vida puedan acreditar su utilidad. Así, por primera vez, justo en una democracia consolidada, el PSOE se ve en realidad expuesto a la insignificancia, sin que nadie de entre los que están en su seno pueda traer una palabra fresca.

No ver que Sánchez y su gente son la última oportunidad del partido es pura ceguera. Nunca fue tan explícita la dimensión edípica de esta disputa partidista. Miren en los asientos de la presidencia y luego revisen los ocupantes del aforo. Dos generaciones frente a frente. Entre los jóvenes no habrá genios como González, pero son gente joven y solvente, limpia, que merece su oportunidad. Abajo, en el patio, se aprecian caras marcadas por el resentimiento, el acartonamiento y la falta de generosidad propia de la tristeza de la edad. Si la gerontocracia es el último paso evolutivo del leninismo 01, entonces el espectáculo que ha dado la vieja guardia del PSOE es tan clásico como el que antecedió al hundimiento histórico del PCUS. Cuando Ciudadanos suscribe los puntos y comas de la famosa entrevista a González, ya está marcando el camino de las afinidades.

Respeto del PP, no hay mejor prueba de la falta de alma que mantener a Rajoy de candidato. El hombre que asegura que nadie le dirá al PP lo que tiene que hacer, se olvida de que al menos los jueces de Valencia lo hacen. La agrupación de Rita Barberá está disuelta. ¿A qué le obligarán los jueces en el futuro? Que haga la prueba y deje de ser presidente. Al día siguiente le obligarán a comparecer por el caso Bárcenas. En estas condiciones, auguro que el primero del PP que se atreva a decir en público que Rajoy debe irse a casa, ese será alguien en el futuro político español. Basta atreverse. El alma es expansiva. Un poco de coraje al inicio y exponerse a sufrir un poco de persecución. Pero bastará pronunciar unas palabras: el PP debe regenerarse de arriba abajo. ¿Habrá un justo en Sodoma? No un justo privado, sino un justo político.

Sólo sé que no se puede insultar más impunemente a la ciudadanía de lo que lo ha hecho Rajoy, que en el mismo día en que anuncia que nadie lo obligará a hacer nada, deja claro que él sí puede obligar al PSOE. «No os preocupéis, ya nos llamarán», dijo en Valladolid. ¿Por qué está tan seguro Rajoy de que el PSOE llamará? ¿Qué bazas tiene en su mano? ¿Qué agenda es la suya? ¿Tiene algo que ver con que, en las próximas elecciones de mayo, Sánchez ya no sea el secretario general del PSOE? Verdaderamente, uno se pregunta qué tipo de democracia estamos forjando en España. Al parecer, una en la que sólo se aceptan los resultados electorales si satisfacen a algunos.

Por eso nada más urgente que forjar una nueva cultura política. Hasta ahora, sólo Podemos se ha planteado ese problema. De Ciudadanos no se conoce este planteamiento reflexivo, que yo sepa. Lo más urgente de esa nueva cultura es lograr un partido que no obligue a sus militantes a perder el alma. ¿Una contradicción? No debería serlo. El leninismo clásico consiste en la síntesis de tres elementos: el partido como vanguardia social de políticos entusiastas en contacto con el azogue de la vida común para asentar una hegemonía, un grupo cerrado de políticos profesionales ideologizados y bien unidos, y la creencia a pies juntillas en la infalibilidad del líder. En este sentido integral, el leninismo, como vio Schmitt, es el heredero de la forma organizativa de la Iglesia. Diga lo que diga González (él mismo un experto en el tema), aquí todos han imitado un leninismo limitado bajo la forma autoritaria de nuestras tradiciones. Aquí ha habido líderes omnipotentes e infalibles con funcionarios, sin militantes ideologizados y sin entusiasmo de base. Una nueva cultura política debería romper con todo tipo de leninismo. Con el originario y con la variedad española.

Cada día que pasa son más probables unos años más de gobierno de gran coalición y cuanto antes nos preparemos para eso, mejor. Ese es el tiempo para forjar una nueva cultura política. Podemos tiene lo principal, unos miles de jóvenes en esa franja entre las instituciones y la vida social. Esos jóvenes empeñados en revistas, pequeñas empresas culturales, televisiones locales, editoriales, asociaciones de las universidades, redes sociales, periódicos, seminarios, en todos los rincones de España, es la única realidad que produce entusiasmo en el observador de la España actual. Ellos son los que pueden extender la militancia de Podemos, tanto o más que los que están expuestos a la erosión de las instituciones, que tendrán la tarea más difícil: hacer frente a una constelación de hostilidad sin parangón en la historia reciente de la democracia española. Forjar un estilo político persuasivo en esas condiciones va a ser una empresa ardua, y nada mejor que transferir conocimientos y argumentos de todo lo que suceda dentro a esos otros jóvenes que están en la zona social. Una adecuada reversibilidad entre el primer y el segundo escalón será necesaria, y la posibilidad de enviar tropas de refresco a las instituciones, pero ya con el aprendizaje transmitido y la experiencia reflexiva, va a ser lo decisivo.

No dudo en hablar de batalla. Porque eso va a ser. No cabe esperar de los dos partidos dominantes nada de largo aliento. Trampas y provocaciones cabe esperarlas todas. Dos concepciones se van a enfrentar a lo largo de estos años que se avecinan. Una es la de partidos de electores. Podemos apostará por el partido de militantes. El partido de electores no tiene alma. Los militantes no pueden vivir sin ella. El primero tiene todos los trucos del poder en su mano, bien aprendidos en una larga historia. El segundo debe mantener a la vez el entusiasmo y la cabeza fría, y esto significa disponer a la vez de calor, austeridad y sobriedad retórica. Una rara síntesis que será necesaria.

¿Debemos dar por perdido un gobierno reformista del PSOE y Podemos? Sólo hay una mínima esperanza. La concretaré con un nombre: Iceta. Creo que esa es la última bala. Sólo él puede lograr otra rara síntesis: la abstención de Ciudadanos y la moderación de Ada Colau (las dos cosas a la vez, pues se condicionan). Pero todavía más en esa constelación, que le permitiría entrar en un gobierno, Podemos debe mirar al medio plazo y forjar una nueva cultura política. Esa es la gran obra que queda por hacer. Dar a luz formaciones políticas sin los resabios de las épocas tristes de nuestra historia, que surjan de la democracia y para la democracia, y que no obliguen a nadie a perder el alma. Y esto significa unidad de decisión, sí, pero una que brote de la pluralidad en la discusión.

Ser capaz de lograr ese estilo sería lo nuevo. Pues ese estilo obliga a que haya siempre más de un escenario teórico previsto y diseñado, aunque solo una arena de juego. Sólo almas libres elaboran diagnósticos y pronósticos coherentes, capaces de convivir en una formación, enriqueciéndola en diálogo. En el caso de Podemos, esas almas ya deberían estar claras. A su originaria alma populista debe crecerle una vigorosa alma gemela republicana federal. Quizá de ahí pueda venir una nueva cultura política española con raíces históricas cargadas de vida. Pues la raíz misma de la vida es la complexio oppositorum.