Al menos por una vez los habladores de aquí debemos felicitarnos porque una palabra nuestra ha conseguido, no ya salvarse de la quema del olvido, sino ser admitida en el paraíso del diccionario oficial sin la etiqueta de vulgarismo, arcaísmo o murcianismo. Y nos sorprende y maravilla que no haya sido antes, porque el vocablo vive entre nosotros desde siempre y se utiliza con toda naturalidad. Se trata de helor, que expresa una sensación ante la temperatura baja que no recoge de ninguna manera el término neutro frío, al que nuestro helor convierte en una sensación intensa y penetrante cuya sola mención hace tiritar a quien la mienta. Y lo mismo que el mar y la mar, el helor tiene también su femenino, que acentúa la visión emotiva del fenómeno, convertido en un frío lacerante que nos paraliza y nos deja casi rígidos; es decir, con la cara o las manos o todo el cuerpo arrecíos, a punto de entrar en la helazón. Como ven, buena palabra esta, que conviene utilizar cuando la ocasión lo requiera, y más ahora que no nos tratarán de antiguos o de vulgares.