De cuando en cuando, la vida nos regala pequeñas y grandes historias que nos gusta guardar con especial papel de regalo para poder desenvolverlas, una y otra vez, y disfrutar de su contenido. Gracias a Dios, nuestro entorno ofrece, en el diario acontecer, tesoros que no están escondidos pero para descubrirlos es indispensable, como decía un buen profesor: «Saber mirar, saber escuchar, saber pensar, saber expresar aquello que hemos mirado, escuchado y pensado». Con frecuencia, vamos y venimos de un sitio a otro, casi atropelladamente y así es poco probable que nos demos cuenta de cuanto acontece a nuestro alrededor. Comienzo a desenvolver con cuidado algunos de estos regalos, envolviéndolos a la vez con el papel de este periódico, La Opinión, para que lleguen puntualmente a su destino. Siempre llama mi atención esos pequeños y grandes tesoros familiares. Me encontraba en la cola de una caja de supermercado cuando descubrí a una joven familia haciendo lo mismo en otra. La madre, estaba pendiente del bebé que llevaba en un cochecito pero no dejaba de sonreír contemplando embobada a su marido y al niño mayor (no creo pasara de cinco años), enfrascados por lo visto en una interesante conversación. Me dejé llevar por la curiosidad y ,con poco disimulo, me acerqué a ellos. El niño llevaba pegada en la parte delantera de su cazadora, grandes etiquetas que seguramente su padre le había puesto para entretenerlo y llamarlo al orden durante la compra. Divertido, hablaba a su hijo que no dejaba de mirarle con los ojos abiertos como platos. Más o menos, le decía: «Prepárate que ahora la cajera te cogerá así [lo tomaba tumbado boca abajo], y te pasará por esa cinta donde pasan todas las cosas que se compran aquí». «Ya verás la sorpresa que se va a llevar cuando descubra lo que vales€ ¡no puede ni imaginarlo!». Mientras el matrimonio y su hijo ´mayor´ sonreían felices, me apresuré a envolver el regalo con especial ternura. Otro pequeño tesoro lo descubrí medio enredado en La Red, en el portal de una vivienda invadido por unas cuantas adolescentes absortas con sus móviles hasta que una de ellas exclamó: «´¡Qué gracioso mi padre! Escribiendo, escribiendo, escribiendo€ para decirme: ´Vale, envolví la historia con el esmero con que tanto buenos padres educan a sus hijos queriéndoles por encima de todo ¡Vale! Enlazando. Cómo los hijos aprenden a valorar y a querer a sus padres, tanto€ que cuando faltan, se emocionan al hablar de ellos, reconociendo cuánto les echan de menos€ Como hizo Alejandro Sanz en el último programa ¿En tu casa o en la mía? de Bertín Osborne: «Se lleva mal los primeros€ cien años». La vida, la familia€ Con el mejor papel de regalo.