Lo sabía, sabía que me esperaba una machangada; un poco de paciencia y la hubieran descartelerado, pero el tráiler con dos caballos trotando en la nieve y arrastrando una diligencia, me animó a verla. Y así empieza la última de Tarantino, la octava, la odiosa octava, Los odiosos ocho, con una recua de seis caballos que tiran de una diligencia entre montañas y abedules, perseguidos por una tormenta, con la imagen fija inicial de un crucero de piedra, un Cristo al ventestate, y música de Morricone. Bien, queridos lectores, cuando veinte sospechosos minutos después llegan carruaje, semovientes y viajeros a una cabaña es el momento de abandonar la butaca, pies para qué os quiero; aún quedan más de dos horas de sangraza, epistaxis, cuágulos, cuajarones, eritrocitos, hematíes, hematosis, hemofilias, hemorragias, escupitajos, vómitos, desatinos y tarantinos.