En su caso se ha llevado cerca de cuarenta años operando en un hospital público. Vamos, que se ha quedado a esto del póker de décadas. En vista de cómo está el patio y no digamos ya las listas de espera, quería seguir al igual que una una parte de los colegas. Pero le han dado el pasaporte a los 65 tacos y tres meses de cadencia. Ni un día más, eso sí.

Y, a su pretensión de continuar, el regalo de despedida ha sido contestarle que «no hay circunstancias que acrediten una trayectoria especialmente meritoria». Es el humanismo este que nos asola en el que no hay concesiones que valgan.

El espíritu de la troika hecho carne. En la antigüedad hasta hace diez/ quince años, vamos solía reconocerse los servicios prestados. En ciertas actividades te dejabas los ojos para el arrastre o se te descosían las articulaciones y, en gratitud, la empresa en la que habías participado te regalaba un reloj o un broche chapado en oro. Eso se ha acabado. Olvídate.

Salvo honrosas excepciones, no esperes que nadie realce tus contribuciones y, si piensas en homenajes, entretente silbando una buena, y larga melodía, mientras aguardas. Pero amigo que te rebelas y con razón, tú, que ya has cubierto el ciclo mollar, denuncias que la sustitución de la plaza viene por la vía de colocar a tres mir con un sueldo de miseria y de los que la administración que sufragamos se aprovecha endilgándoles unas guardias interminables porque, al que se queje, no lo vuelven a llamar y listo.

Si el adiós de los que se encuentran cruzando la meta se ha tornado en muchos casos desolador porque las formas también cuentan, da angustia pensar en cómo será cuando la alcancen los que hoy asoman por la rampa de salida. Son muy jóvenes para pensar en la jubilación ni en nada por el estilo, aunque es posible que, cuando ya no lo sean tanto, sigan diciendo pero qué jubilación.