Pues sí. El otro día veía el tiempo en Televisión Española. En el Caribe, donde vivo, la previsión del tiempo no tiene mucho interés: cada jornada la temperatura es idéntica a la anterior, el día y la noche duran lo mismo y nunca se sabe cuándo va a llover. Ser meteorólogo en el Caribe es como ser político profesional en España, basta con estar vivo y que no se te note mucho que no tienes ni idea de lo que haces. Así que verlo aquí en la madre patria resulta la mar de entretenido. El caso es que entre tormenta y tormenta, entre intervalo nuboso e intervalo nuboso, escuché al hombre del tiempo (un figurín que perpetraba una corbata digna de película de terror) dar la previsión provincia a provincia. Cuál fue mi sorpresa cuando comprobé que en las provincias de las Comunidades Autónomas en las que se habla una lengua cooficial el meteorólogo citaba el nombre de las capitales en la lengua local y no en castellano. Bien. No lo hacía en todas, no obstante. Así, Gerona era Girona. Pero Barcelona era Barcelona, con ce, no con ese, no sé si me entienden. Igualmente, Castellón era Castelló, pero Alicante no era Alacant. Y San Sebastián era Donostia, pero Bilbao no era Bilbo. La verdad es que me lié. ¿Cuáles eran los criterios de ese tipo para traducir o no los distintos topónimos? ¿Que sonaran bien? ¿Que fuera popular el nombre en la lengua local? ¿Que así se lo pareciera a él? ¿Azar? No tengo ni idea.

Las dudas que esta situación me generó fueron varias. En primer lugar, ¿por qué el sujeto de la corbata estereoscópica decía Girona y Donostia, es decir, por qué se refería a determinados lugares en su lengua local? Quiero decir, hablaba en castellano. ¿Por qué introducía palabras en otros idiomas? Se podría argüir que esos otros idiomas que él utilizaba son tan españoles como el castellano, cooficiales en sus Comunidades Autónomas, de hecho. Pues sí, pero no en Murcia. Tampoco en Canarias. Menos aún en Ceuta. Y, sin embargo, a los habitantes de todas esas regiones se les hace escuchar topónimos en una lengua que les es ajena en una cadena de televisión cuya lengua vehicular es el castellano.

Segunda duda. ¿Por qué Girona lo decía en catalán, pero Alicante en castellano? O todos moros o todos cristianos, amigo mío. Alicante pertenece por derecho a una Comunidad Autónoma en la que se habla también catalán (sí, catalán, no valenciano), así que puestos a traducir, exijo que se traduzca todo. Se podría decir, bueno, es que ya se sabe que en Alicante se habla mucho menos el catalán, que en Gerona. Es normal que en Cataluña lo diga todo en catalán, pero en la Comunidad Valenciana no. Correcto. Entonces, ¿por qué dijo Girona y Barcelona lo pronunció en castellano? ¿Y por qué dijo Castelló y Valencia lo pronunció en castellano? A lo mejor es que hizo un estudio previo de los tantos por ciento respectivos de población catalanoparlante en cada ciudad. Todo puede ser.

Tercera duda. ¿Y por qué en una previsión del tiempo dada en castellano Girona se dice en otra lengua, pero Londres se dice en castellano de Castilla de toda la vida? Es que Girona es España, pero Londres no. Magnífico. Entonces, ¿por qué en otra ocasión le hoy decir Beijing y no Pekín? Las dudas, como pueden ustedes comprobar, se me amontonan.

Está claro, no obstante, que en el fondo mis inquietudes tienen una muy fácil respuesta. Doy por hecho que el manual de estilo de Televisión Española basará su opción lingüística en que aquellos que lo escribieron llegaron en su día a la conclusión de que los nombres de las ciudades se dirían en uno u otro idioma en función del número de nacionalistas/independentistas/gente susceptible que a ojo calcularan que hubiera en cada población. Como deben pensar que en Gerona son un montón, pues Girona. Como deben creer que en Alicante son tres y el gato, pues Alicante. Y así.

O sea, una gilipollez como un piano. En el fondo, ese bien podría ser el resumen de la política lingüística española en las últimas décadas. Después de cuarenta años de Una, Grande y Libre, dimos un giro de180 grados. Había que modernizar, democratizar y civilizar este bebedero de patos a toda máquina. Pero tan intenso, rápido y súbito fue el bandazo que (no olvidemos además los sujetos que lo dieron o sea, nosotros, los españoles, el Paco y el Manolo, gente ni muy viajada, ni muy sensata) el resultado fue un despelote en el que, entre otras cosas, ya ni decimos la previsión del tiempo de una forma mínimamente sensata.

Y de aquellos polvos estos lodos. Pensamos como hablamos. Y las lenguas no son meros instrumentos de comunicación asépticos, inodoros e incoloros. Ni mucho menos. Son herramientas políticas tremendamente poderosas que sabiamente utilizadas pueden unir a los pueblos y que no tan sabiamente utilizadas pueden separarlos, dividirlos y acabar convenciendo a un par de millones de nietos de andaluces que viven en Cataluña que España siempre les ha maltratado y robado. Por ejemplo.

Lo del parte meteorológico es, por supuesto, un detalle. Una nimiedad. Algo sin la menor importancia aparente. Pero que muestra muy bien el ambiente de estulticia generalizada en el que nos movemos. Un contexto en el que ya ni sabemos cómo referirnos a las ciudades y en el que el pueblo de mi abuelo, Fuentarrabia, un día se transformó en Hondarribia, pero Bilbao sigue siendo Bilbao y no Bilbo en la previsión del tiempo.

¿Soluciones? Llega un momento en que no se te ocurre ninguna y no eres capaz de conjugar ningún otro estado de ánimo que no sea la melancolía. El cansancio al darte cuenta que nada tiene solución y que el problema está tan arraigado que, salvo que cambiaras a todos tus compatriotas y los substituyeras por marcianos, seguirá sin tenerla por los siglos de los siglos. Amén.