Sí, otro artículo sobre la presencia del bebé de Carolina Bescansa en la sesión de constitución del Parlamento. No pretendemos repetir las razones que se han esgrimido a favor o en contra, sino intentar una explicación del ensañamiento de gran número de mujeres contra el gesto de Bescansa, y el carácter de sus argumentos

Para empezar, consideramos que la presencia del hijo de la diputada en el Congreso tiene una lectura ampliamente política: la de visibilizar la dificultad para las mujeres de la conciliación entre vida familiar y profesional (cuanto más para una parlamentaria, cuya jornada no es reglada), y también para los hombres si comparten responsabilidades con sus parejas. O para dos mujeres o dos hombres con hijos, en definitiva, para cualquier persona que ejerce funciones de padre/madre.

El problema de la conciliación se invisibiliza y se particulariza en la sociedad neoliberal: cada palo que aguante su vela. Abuelos, empleadas domésticas (esto es, otras mujeres), guarderías privadas (en menor medida, públicas), se encargan de sostener un sistema que niega la evidencia de que un/a niño/a es alguien a quien hay que cuidar, mejor en casa que en otro lugar, al menos durante el primer año de vida; como hay que cuidar a los enfermos y a los más vulnerables. Sin embargo, el Estado delega ese cuidado en los particulares, no aprueba bajas maternales/paternales prolongadas, ni construye ni exige guarderías en los lugares de trabajo, así como otras medidas que atiendan a la solución del problema, sino que lo oculta y lo delega taimadamente en los ciudadanos afectados por él.

El gesto de Carolina Bescansa tenía, a nuestro entender, como objetivo, y lo ha conseguido ampliamente (y lo hubiera conseguido más con la colaboración y sonoridad de todas las mujeres), poner el dedo en esta sangrante llaga.

Pero la respuesta de los conservadores ha sido la esperada: mejor no visibilizar nada; mejor no mostrar el déficit de servicios, de leyes que protejan la natalidad y la crianza, en un país que ha despreciado este tema y que se ha ido despojando poco a poco de las insuficientes medidas que alguna vez se dotó para abordarlo, reduciendo el Estado de Bienestar a mínimos.

Pero, ¿y la respuesta de las mujeres? ¿por qué han criticado con ensañamiento a la diputada? La reacción contraria de algunas feministas, como señala Beatriz Gimeno, puede ser debida a un diferencia generacional. Quienes lucharon por el espacio público y la ruptura con el imperativo maternal del patriarcadono ven con buenos ojos que otras madres luchen por una maternidad de apego, que les parece un retroceso a posiciones convencionales de la feminidad. Además, la experiencia del trabajo (precario) de las mujeres jóvenes contribuye a que no se sientan emancipadas con la experiencia laboral, que no les proporciona una identidad pública tan marcada como a las mujeres de la generación anterior. Desde estas circunstancias, ponen también en cuestión el mundo de los valores masculinos y neocapitalistas, que subraya la productividad y menosprecia las funciones de cuidado.

Sin embargo, no deberíamos las mujeres convertirnos en nuevos amos del discurso imponiendo opciones a otras, sino intentar posiciones más integradoras y plurales. Ya que abogamos por la autonomía, la gestión de nuestras vidas y la afirmación de nuestra experiencia, luchando contra la heterodesignación, el pensamiento feminista debería ser sobreinclusivo, conjuntivo; unir y no excluir las posiciones, estableciendo un diálogo enriquecedor y dinámico entre las posturas encontradas, en clara contraposición con las exigencias normativas patriarcales.

Por otra parte, para explicar la reacción contraria de otras mujeres hay que recurrir a un modo de pensamiento característico en las mujeres que no han interrogado radicalmente su educación patriarcal y permanecen ancladas en un tipo de razonamiento concreto, que no entiende el gesto como símbolo político sino como anécdota, y tratan como anécdota privada lo que pretende ser un símbolo, esto es, un argumento universal: tomemos en cuenta esta cuestión, señores y señoras: existen los/as hijos/as de los/as trabajadores/as; veamos cómo legislamos para facilitar la conciliación.

Pues bien, las mujeres inconscientemente patriarcales se enfrentan al gesto como un asunto particular, y responden con argumentos ad personam que desacreditan a quienes critican sin cuestionar el fondo del problema, aludiendo al carácter privilegiado del trabajo de Bescansa respecto al de ellas mismas, que no podrían ni tan siquiera hacer ese acto de protesta en el suyo.

Así tratado, el tema se convierte en una anécdota contra otra anécdota (la del gesto de Carolina Bescansa contra las circunstancias maternales de la mujer agraviada que la critica por sus privilegios de clase frente a los propios), y el discurso se empobrece y se reduce a una crítica personal sin relevancia política alguna, puesto que se pierde el tema de fondo que motivó la protesta simbólica. La envidia, la comparación, el 'y tú más', primarios, emotivos y no racionales, ciegan la razón para otros argumentos. Habría mucho que escribir sobre la agresividad de las mujeres contra las propias mujeres, un tema que parece políticamente incorrecto tratar, pero que, sin duda, explicaría algunas de nuestras conductas.

De este orden ha sido la reacción de una madre de Málaga cuyo comentario, que encaja en el análisis que proponemos, ha sido compartido por más de cien mil personas en las redes sociales: «Señora diputada», le escribe, «organícese como hacemos todas».

Pues eso, organicémonos individualmente, no socialicemos los problemas, volvamos a particularizar los asuntos que nos afectan, olvidémonos de la sororidad y la solidaridad entre las mujeres, critiquemos nuestras opciones frente a la maternidad como en un viejo patio de vecinas, en la mejor reedición de los estereotipos que sobre nosotras se han levantado: brujas, arpías, maliciosas? y volvamos a casita, una a una, a ocuparnos con nuestras cosas, en lo privado, en lo doméstico, de donde nunca deberíamos salir.