Tras el suicidio de un niño de 11 años por un presunto caso de acoso escolar, estos últimos días se está hablando mucho sobre el acoso en los colegios e institutos. Si soy sincero, no puede sentir más que una enorme tristeza al escuchar la mayoría de estos comentarios, ya que sobre este asunto existe una enorme hipocresía social. Como docente (varios años en colegios de difícil desempeño), he vivido situaciones extraordinarias sobre este asunto, desde padres que acuden al colegio para denunciar un caso de acoso escolar porque un alumno ha chocado contra su hija hasta padres que ven como algo normal los insultos y las peleas entre su hijo y otros compañeros. Mucho más si se trata de un partido de fútbol, donde los padres son los primeros que insultan al profesor de Educación Física y animan a sus hijos a partirle la pierna al contrario€ Precisamente, esos mismos padres que luego denuncian al profesor si se le ocurre zarandear a su hijo cuando éste se comporta de manera inconveniente.

Cuando la actitud negativa de un menor no se corta en cuanto comienza a aparecer, a medida que crece también crece su nivel de violencia, chulería y agresividad. Con la frase «son críos», muchos padres justifican actitudes en niños pequeños como robar, clavarle un lápiz a un compañero, pegarse en el patio o dibujar pollas en la pizarra. Sin embargo, el hecho de que un niño sea un niño no le hace más inocente a la hora de juzgarle. De hecho, varios estudios de universidades americanas afirman que un niño de seis meses es capaz de hacer juicios morales, con lo que ya comienza a distinguir entre el bien y el mal. Sin embargo, cuando un centro educativo llama a unos padres para informarles sobre el mal comportamiento de su hijo, por lo general, ponen en duda la palabra del profesor y aceptan la de su hijo, lo que refuerza aún más ese comportamiento negativo. Así, hoy en día no es raro escuchar a un alumno de 8 años decirle a un profesor «como venga mi padre te vas a enterar». Y lo máximo que puede hacer el profesor es callarse, porque lo más probable es que sea verdad.

En la actualidad, un gran número de padres ha delegado la educación de sus hijos en los profesores. Así, la educación sobre el cumplimiento de las normas, la responsabilidad o el respeto corre ahora a cargo del docente. Sin embargo, tanto la Administración como los padres les han arrebatado a los docentes las herramientas para poder enseñárselo. La disciplina huele a viejo, a rancio, a antiguo, y las Administraciones evitan hablar de disciplina para no ser tachados de franquistas o algo peor. Por eso, hoy hay que enseñar las normas pero sin las herramientas para hacerlas cumplir. Así, en caso de que un menor se pase por el forro las normas, será expulsado y volverá de nuevo al centro al cabo de unos días como si tal cosa. Por eso, las medidas disciplinarias contra los agresores y los acosadores son absolutamente inútiles e ineficaces. Por lo general, los acosadores permanecen victoriosos en el centro educativo mientras son los acosados los que son cambiados de colegio e incluso de población. Lo mismo que sucede hoy en la calle con los delincuentes.

Hemos creado el monstruo de una sociedad sin normas, sin valores y sin respeto, y ahora el monstruo que hemos generado viene para comernos.