Mi madre, cuando era pequeña, vivía convencida de que reyes y princesas eran seres superiores que no necesitaban comer ni ir al excusado.

Tan idílica visión la había construido a raíz de las maravillosas historias y cuentos en los que la realeza siempre andaba de baile en baile exquisitamente ataviada. Y todo porque jamás se presentaba a ningún príncipe ni reina consorte tirándose un pedo en público, acción tan lícita y aplaudible como humana.

Es esta misma impresión la que tratan de implantar en nuestros cerebros partidos políticos, colegios y conventos de clausura, con mucho éxito hasta hace bien poco, por desgracia. Si no decimos que hay cabroncetes y cabroncetas abusando de los más débiles todos pensarán que la cosa va muy bien, tanto que no han de preocuparse de otra cosa que de su propio ombligo. Y tanto nos hemos mirado ese falso agujero barrigudo que ahora nos sorprende la cruda realidad con niños suicidas, monjas clausuradas a la fuerza y políticos choriceros casi nunca entre rejas.

Sólo sentimos los males públicos cuando afectan a nuestros intereses particulares. Esta gran verdad, supuestamente enunciada por el historiador romano Tito Livio es, lamentablemente, una frase tan bien construida que no ha habido hasta el momento terremoto social capaz de derrumbarla. Porque viviremos en sociedad, pero no actuamos como tal. De lo contrario hubiera sido imposible el saqueo tan impresionante como lamentable de las arcas públicas valencianas por parte de esa panda de malhechores disfrazados de políticos, cuya detención añade un nuevo capítulo al culebrón más caro y longevo de nuestro país. Caro para los currantitos como usted y como yo, porque a los que más tienen en los bolsillos estas cosas parece enriquecerles aún más. Un 16%, en concreto.

En el PP, como sucede en los mejores colegios, se han dedicado a tapar lo mejor posible sus miserias, como si con ello estuvieran haciendo un favor al pueblo soberano, cuando en verdad les estaban haciendo la ola a los caraduras que se infiltran en los mejores puestos de aprovechamiento de lo ajeno. Sin duda y por desgracia lo mismo se puede argumentar de otros partidos políticos, no le tengo especial inquina a ninguno, como tampoco simpatía. Yo voy a votar como quien va al médico a que le inyecten una vacuna de dudosa eficacia. El erario público ganaría mucho más (y todos con ello) si la revolución industrial se aplicara también a las cámaras legislativas de este país. Sería uno de los sectores donde nadie protestaría ante la sustitución de la mano de obra por engranajes de acero y tornillos. Mientras se lo piensan, podrían tipificar ´hacer la ola´ como delito grave sin posibilidad de indulto.