Sepan que, como ocurría con el nombre de don Quijote, hay alguna diferencia en los autores que de este vocablo escriben; y aún más, opiniones encontradas sobre el valor de palabra tan empingorotada y pizpireta a la que algunos acusan de los peores males, como desordenar, dejar sin solucionar o sin arreglo un negocio o una casa; mientras que otros la inscriben casi en el arte de la magia al decir que consiste en hacer algo que sorprenda por inesperado. Aunque por conjeturas verosímiles, y aún más por observación de lo que decía a los que hasta hace poco la usaban, vendría a significar cimentar, preparar, tener a medias un trabajo o un asunto que nos interesa. Así, la señora decía que había dejado el guiso empantillao antes de ir a misa o que ya tenía empantillao el traje de su hija, cortado y con los embastes, y el caballero presumía de tener su nueva casa empantillá, a medio hacer. Yo me limito a empantillar tan hermoso vocablo por si alguien quiere volver a usarlo. Y el dictamen de los sabios «más vale no meneallo».