En La gran belleza me pareció pretencioso Sorrentino, con lejanas reminiscencias de Fellini; ahora con La juventud, además de aburrirme, sentí repulsión por él, por Michael Caine, por Harvey Keitel, por Jane Fonda y hasta por los extras. Se me hizo eterno el largometraje, de tan cansino, y me irritó su inmaculada vomitona, pulcramente puerca y decadente. Una película perversa, una mierda en un spa, ensayo del pis, patada en los huevos a la vejez, una denuncia repugnante a no sé qué. Desagrada y enoja hasta su magnífica fotografía y la música, más ostentosa que sencilla, con violín, soprano y toda la pesca. No apta para depresivos. ¿Un mérito? Es inquietante. Pornografía de la delicadeza, frustrante, prostática, espuria a más no poder, no me gustaron ni los espectadores que me encontré en la sala. Yo mismo me avergoncé de haber coincidido dentro. Adiós, Han.