Les propongo que hagan un pequeño estudio entre aquellas personas que les rodean. Sondeen cuántas con las que comparten su tiempo, se dedican a hablar el 80% de ellos mismos. Creo, incluso, que me quedo corto cuando sugiero esa cantidad. El problema de este tipo de comportamientos es que les importa un pimiento con quién estén hablando, puesto que lo que quieren es transmitir su mensaje. Da igual lo que sea, puede ser el humor que tienen al despertarse, lo buena que le ha salido la comida hoy o lo bien o mal que le sienta tal o aquel traje que se han colocado. Lo mejor es cuando intentas meter la cuchara y ¡oh, sorpresa!, miran para otro lado, pensando entonces qué es lo que van a decir a continuación, porque lo que tú explicas es aburridísimo o insustancial. Curiosamente esta lacra que vive nuestra sociedad se ha trasladado a todos los ámbitos y el ejemplo lo estamos viendo ahora en las disputas que tienen los políticos para decir lo que piensan, creyendo que lo suyo es lo ideal y que lo de los demás no merece la pena ni ser escuchado. El ´yoísmo´ es un vicio que anula la posible afinidad con el resto.