Que yo sepa, solo dos hombres han conseguido parar el tiempo. El primero, según nos cuenta la Biblia, fue Josué, quien viendo que se le hacía de noche y le faltaba aún un rato para concluir el asalto a la fortaleza de Jericó, tuvo la brillante idea de ordenarle al sol que detuviera su trayectoria hasta que él consiguiera su objetivo, que no era otro que tomar la ciudad. Lo curioso del caso, es que, si hemos de creer lo que cuenta el Libro Sagrado, el sol, dándole una patada a la ciencia, se detuvo y Josué pudo tomar Jericó.

El segundo hombre que ha conseguido parar el tiempo ha sido Mariano Rajoy. Pretende también, como Josué, asaltar una fortaleza y penetrar en un recinto, el de la Moncloa y, también como le ocurrió a Josué, se ha dado cuenta de que le faltaba tiempo, por lo que solo le quedaba la opción de evitar que siguiera transcurriendo. Y lo ha hecho.

El viernes pasado Rajoy salió del plasma en el que ha vivido durante su legislatura para anunciarnos, por sorpresa, que 'declinaba' presentarse a la sesión de investidura y la razón que nos ofreció fue que no tenía apoyos suficientes, algo que todos, incluido el mismo Rajoy, conocíamos desde que supimos que el PP había perdido las pasadas elecciones. Sin embargo y pese a saberlo, Rajoy había mantenido hasta momentos antes de su comparecencia ante los medios que se presentaría a la investidura.

Al argumento de que no contaba con apoyos suficientes para ser nombrado presidente, añadió Rajoy el de que, por el bien de todos, era mejor no poner en marcha el reloj de los plazos, cosa que ocurriría a partir de la primera sesión de investidura. De modo que, o bien Rajoy, cuando nos aseguraba que se presentaría a la sesión de investidura, sin tener en cuenta la falta de apoyos y la puesta en marcha del calendario, andaba despistado (ocupado no, pues sabemos por la conversación que mantuvo con el falso Puigdemont que tiene la agenda vacía) o bien hay algo que Rajoy no nos cuenta. Yo me inclino por la segundo opción.

Lo que ocurrió para que Rajoy 'declinara' fueron dos acontecimientos. Uno es que esa misma mañana el PP había sido imputado por presunta destrucción de pruebas, los ordenadores relacionados con el caso Bárcenas. El asunto es grave o debería serlo, pero aunque entre nuestros gobernantes no exista conciencia de culpabilidad por la corrupción ni ésta sea penalizada por la ciudadanía, es evidente que, en el Congreso, los señores diputados sí le habrían podido sacar los colores al candidato.

El otro motivo se llama Pablo Iglesias. Cuando Podemos da un paso parece que tiembla la tierra del parque temático en el que habitan los políticos de antes. Nacido en la manifestación de hartazgo ciudadano del 15M, Podemos ha hecho por este país más de lo que mucha gente está dispuesta a reconocer. En primer lugar, ha reconducido un movimiento callejero hacia la vía institucional, luego ha puesto orden. En segundo lugar, ha conseguido que los jóvenes vuelvan a interesarse por la política. Y, por último, ha conseguido que los partidos políticos, en especial PP y PSOE, se sacudan las telarañas y, al menos, en la intención declarada, estén dispuestos a limpiar la suciedad que aún acumulan y gobernar para los ciudadanos.

El anuncio de Pablo Iglesias, en la mañana del viernes, de que Podemos está dispuesto a formar gobierno, un gobierno decente y de cambio progresista, con el PSOE de Pedro Sánchez, no solo sacudió el estancamiento en el que nos mantienen y no solo abrió una puerta a la esperanza sino que obligó a Rajoy a despertar de su sueño eterno. Si el acuerdo entre Podemos y PSOE es posible, Rajoy no tiene más opción que retirarse. Es lo que hizo, aunque permanece al acecho en la esperanza de que la gente 'sensata' del PSOE lo impida.

En este caso, de verdad por el bien de todos, Pablo Iglesias le dio a Pedro Sánchez el abrazo del oso y mientras lo hacía, le susurraba «yo te salvo de tus dinosaurios». Pero los dinosaurios del PSOE prefieren que a Pedro Sánchez lo abrace Rajoy que es un oso del que, al fin y al cabo, solo se diferencian en la piel.