De cara a la semana que nos espera, la gente no anda ansiosa por saber si Rajoy existe ni por comprobar si dejarán salir a Pedro a arreglárselas, puesto que ya conocen la respuesta. El personal está ansioso por descubrir con qué nos deleitará en esta ocasión el tercero en discordia. Ayer el ínclito se expresó con tal respeto del jefe de Estado que, de ser él, empezaría a tentarme la ropa y a idear algo en defensa propia para cuando llegue la hora de volver a recibirlo en audiencia. Por ejemplo, aparecer en ella acompañado de un barbero. Y si fuera de la peluquería «Sansón, un corte del que se hablará por los siglos de los siglos», mejor. Así igual se hace mirar lo suyo.

Sí, porque el peligro de Pablo no se cierne sobre aquellos a los que acusa de pertenecer al búnker y antes de que se den la vuelta han pasado a formar parte de un gobierno común, no. La amenaza de este pimpollo de laboratorio se dirige por tanto hacia esas otras instancias a las que como por ensalmo coloca en un pedestal y que, en cuanto se le agote toda la munición que tiene preparada, ofrecerá en sacrificio cual cordero degollado. Iglesias quiere convertir esta historia nuestra tan necesitada de sensatez, compromiso, justicia y eficacia en carne de reality y alguien tendría que darle réplica adecuada. El problema es quién.

Con que Sánchez fuera tan solo cuarto y mitad de Arfonzo, el politólogo de La Tuerka no se atrevería a tanto. Yo creo que de entrada, a la conformación del Ejecutivo, le habría dicho «de acuerdo, monstruo. Pero, teniendo en cuenta la paridad, la vicepresidencia debería ir para una mujer y estaríamos de acuerdo en que fuera Mónica Oltra», tu verás qué pronto se le quitaban las ganas. Que en el tiovivo que se ha montado quiere que se televisen las negociaciones, ok, faltaría más y, a poder ser, sin el bebé de Bescansa. La criatura no tiene la culpa.