Al entrar en la cálida casa del Buen Dios

el predicador Bendito

escuchó los gorjeos de las golondrinas

y dijo:

Están hablando de la realidad de

las cosas,

están exponiendo la esencia de su

Felicidad.

(Rubén Astudillo)

Dicen que algunos frailes que le seguían no entendieron al Padre San Francisco cuando predicó a los pájaros. Él sabía que los jilgueros y los gorriones, los verderones, los colorines y los canarios le entendían y por eso pensaba que los pájaros también pueden predicar. Son buenos predicadores. Proclaman la alegría con la melodía de sus trinos. Despiertan el aire con su anuncio del amanecer. Dan vida a la naturaleza con el movimiento de sus alas. Hacen sencillamente lo que están creados para hacer y al hacerlo nos recuerdan que si todos nosotros hiciéramos también lo que estamos creados para hacer, si pensásemos, hablásemos y obrásemos como nuestra naturaleza, nuestro origen y nuestro destino nos lo piden, este mundo sería un lugar más feliz, como lo son los cielos con sus pájaros y sus trinos.

Esa es la esencia de la felicidad, que sepamos cuál es nuestro lugar en la creación y obremos en consecuencia. En cada momento y en cada sitio. Que sepamos el alcance de nuestras gargantas y ajustemos a ellas el tono de nuestros trinos. Esa es la realidad de las cosas. Las golondrinas lo saben tan bien que lo proclaman sin cesar con la fidelidad de su canto en cada una de sus notas. Saben donde encajan en la naturaleza. Conocen su sitio. Hacen su papel. Y al hacerlo nos dan ejemplo y nos enseñan la lección de la obediencia a nuestra condición de seres humanos como ellas llevan a cabo la suya de pájaros. Lección de vida en amplitud de cielos.

Yo imagino que el predicador Bendito había preparado bien su sermón para aquel día. Había escogido sus capítulos de los Libros Sagrados, sus citas de los sabios y los santos, sus reflexiones, exhortaciones y consideraciones. Se había pensado muy bien todo lo que iba a decir, había hecho un claro y limpio resumen y había repasado las frases clave para el efecto final. Pero al entrar en el templo todo cambió. Hizo un silencio reconfortante. Se serenó. Tuvo el acierto y la espontaneidad de escuchar a los pájaros. Esa es la libertad de alma de las personas iluminadas que al pensar sus propios pensamientos saben también escuchar a los canarios, los verderones y las golondrinas y puedan cambiar en un instante sus doctas explicaciones por los trinos de las golondrinas. Es la frescura del amanecer, el despertar de los sentidos, la unidad gozosa de toda la creación.

Sinceramente me preocupa la juventud. Esa porción inmensa de jóvenes, caminando a ciegas impulsados únicamente por su desorientación. Quiero decirles que el secreto de la vida es trabajar fuerte en preparar el sermón y luego estar dispuesto a cambiarlo, en un momento dado, por los trinos de los gorriones. Esforzarse de lleno, ser responsable y saber escuchar los vientos poéticos que nos trae el bullicio de los pájaros. Tener pensamientos originales y estar siempre dispuesto a aprender de los demás.

En cualquier trabajo y ante cualquier deber me emplearé a fondo ante todo y estudiaré y planearé para responder responsablemente al desafío del momento con la inspiración que brinda el instante. La difícil espontaneidad que solo llega tras la preparación cuidadosa.

La pena es que se nos pasa la vida sin pararnos a escuchar los pájaros. Trabajamos, sudamos, obedecemos órdenes y nos distraemos con inconsistentes frivolidades. Somos eficientes, perseverantes, exigentes con nuestro trabajo y sus resultados. Respondemos a la expectativa de la sociedad y a los deberes que nos imponen y nos imponemos. Somos hombres y mujeres honrados. Pero, ¡qué pena!, nos perdemos los inigualables conciertos de los ruiseñores.

No es extraño que nuestros sermones sean aburridos y nuestra vida, rutinaria. La próxima vez que entremos en el templo haremos bien en abrir las ventanas para respirar aire sano y para que entren, sin miedo, los pájaros y sin miedo nos embriaguen con sus trinos.