Ya saben el chiste de los dos ladronzuelos que discuten sobre quién ayuda a quién para saltar la tapia del huerto en el que pretenden robar, sin percatarse de que el dueño del terreno, bastón en mano, los escucha convenientemente agazapado. «Suba usted, compadre, que es más joven», «No, compadre, suba usted, que está más delgado». Cuando finalmente uno convence al otro y lo aúpa para saltar el muro, este recibe un bastonazo en la cara. «¿Qué pasa que baja, compadre?». Y con las manos sobre el rostro dolorido, le dice a su compinche: «Nada, compadre. Pero suba usted, que a mí me da la risa». Pues esto es lo que le dijo Mariano Rajoy a Pedro Sánchez el viernes, después de la desatinada jornada de consultas que presidió el Rey (¿pensará este hombre lo mismo que millones de españoles acerca de los políticos que nos han tocado en suerte?) y que comenzó con el gran Pablo Iglesias y su condescendencia paternal ante el líder socialista, continuó con este fuera de juego (el PSOE no reaccionó hasta ayer a la, en palabras de dirigentes socialistas, «humillación» de Podemos) y concluyó con el presidente en funciones apartándose del tablero de juego para evitar recibir el bastonazo en pleno rostro. Y vuelta a la casilla de salida. Comienzan de nuevo las negociaciones en las que -estoy plenamente convencido- importan más los egos, las siglas de los partidos y las carreras políticas que la propia estabilidad de este país. Nunca habíamos sufrido una situación similar a la que nos enfrentamos estas semanas, ojalá aprendamos todos la lección y no nos dé la risa.

Desgarrador. Tenía 11 años y se suicidó por el acoso a que lo sometían sus compañeros de colegio. Mi hijo acaba de cumplirlos. Sé cómo piensa y siente una persona de esta edad, por mi hijo y por mis recuerdos. Y sé lo canalla que puede llegar a ser. Recuerdo a los dos o tres abusones de mi época. Algún enfrentamiento tuve con ellos, más por otros compañeros que por mí, y todos ellos me confirmaron que acosador es sinónimo de cobarde. Todos los estereotipos del comportamiento humano se resumen en un aula de 30 o 40 chicos. Y la conducta ruin es una de las que destaca, por lo que es fácilmente detectable. El problema surge cuando no llegamos a tiempo, como ha sucedido con Diego. No he podido leer la carta de despedida que dejó a sus padres antes de saltar desde su ventana situada en un quinto piso. Las cuatro primeras líneas de su escrito me parecieron lo suficientemente desgarradoras. El ministerio de Educación anuncia que en junio (supongo que se debe a su interés por prevenir el acoso en las aulas durante los meses de vacaciones) habilitará un teléfono para que los alumnos puedan denunciar la persecución a que se ven sometidos. No ha confirmado el Ministerio si el número seguirá operativo en el inicio de curso de septiembre. Espero que las 70 medidas aprobadas el viernes por el Consejo de Ministros en funciones valgan para algo. Y confío en que todos los partidos se tomen en serio este problema que cada año marca el futuro a miles de personas.