Por fin un Gobierno que mira al futuro. La Manga tendrá autobuses náuticos, al modo de los vaporetos de Venecia, como precedente de su posible inundación como consecuencia de la losa de la construcción, el abandono y el inevitable cambio climático. Para el que lo quiera mirar con otros ojos más festivos o carnavaleros, ya puede soñar con las góndolas en una localidad abierta en canal. Ambas son singulares y decadentes, pero mientras Venecia transforma ambos adjetivos en su mayor atractivo, La Manga no los convierte en nada. Si la italiana está cargada de historia que reluce en sus fachadas, nuestro paraíso ha permanecido siempre en el olvido, sin ninguna atención en el pasado ni en el presente, pergeñando un futuro apocalíptico. Ya Europa la dio por perdida hace un lustro cuando buscaba paisajes para regenerar en nuestra costa. La inversión se fue al Levante almeriense. Ahora se llama de nuevo a los fondos europeos para resucitar la sangría de nuestra mejor postal, diseñando paseos marítimos ya imposibles como demuestra que a la misma vez se compran embarcaciones para que los viandantes afronten el recorte terrenal. Bien es verdad que la Plaza Bohemia no es la de San Marcos ni el Puente del Estacio el de Rialto, pero ni Venecia podrá igualar la belleza de navegar entre dos mares entre los restos de altos edificios y urbanizaciones imposibles. Y entre dos alcaldes, que ahí es nada. Nadar y no salir a flote ante tanta estulticia. Programas y planes, mesas redondas y cuadradas, consejerías y direcciones generales se han turnado en busca de un lema y de una imagen de Murcia para atraer a los turistas, sin caer en la cuenta de que una inversión sostenible y la dotación de unos mínimos servicios sobre un paraje inigualable, como es La Manga, les hubiera enamorado. Ahora busquen los gondoleros y malos casanovas, vendedores de humo, otros rincones y destinos, que ya La Manga se hunde en la agonía; aunque, como diría Thomas Mann, nuestro corazón se llena de alegría al contemplarnos tan cerca de Venecia.