Un investigador del CSIC decía ayer en este diario que ver determinados programas de televisión «destruye conexiones cerebrales». La tesis del científico es que un cerebro sometido a los gritos y a la tensión sin contenido que fabrica la telebasura acaba contagiándose. Sin embargo, el experto no parece darle la misma importancia a las comunicaciones de las redes sociales, en las campan a sus anchas los manipuladores y los chafarderos. La aparición de estos círculos virtuales conectados a golpe de tecla crea una sensación de impunidad, que llega a tener consecuencias trágicas entre los jóvenes, porque el acoso al que someten a la víctima pasa desapercibido. La ausencia de gritos y de agresiones hace que la crueldad resulte menos perceptible incluso para los propios acosadores. Pero con el tiempo empieza a aparecer otro fenómeno. Los chafarderos que se escondían tras la pantalla para no ponerse en evidencia acaban haciendo en la vida real lo que antes solo se atrevían a poner por escrito con la complicidad del grupo. La unanimidad que encuentran en su círculo les hace creerse lo que piensan y copiar a los personajes de la telebasura, como si la realidad fuese el espejismo.