No es descartable que cuando el rey vea hoy en el salón de Audiencias a Rajoy esperando turno, le eche una mirada de arriba/abajo y, tras darle la mano mira que si no lo hiciera..., le espete: «O sea, que el Gobierno me insta a que no reciba a la presidenta del Parlamento catalán y ahora tú, al sucesor de Mas, le dices que el lunes lo llamas y que al día siguiente, o al otro a más tardar, os véis. Contento me tienes».

Como entrada después de la trampa en la que cayó el presi a manos de un imitador, no estaría mal, sobre todo antes de hacerle saber el monarca si tiene a bien encargarle formar Gobierno. En el caso de que la campechanía se heredara, seguro que al ínclito le caería algo por el estilo y, si quien sale ungido para intentarlo en primera ronda es Sánchez, entonces sacaríamos algo en claro de la época por estrenar: que la campechanía ha pasado a mejor vida.

Tiene bemoles que un portavoz de la Cup saque a colación unas estrofas en las que se habla de cortarle el cuello al rey si aparece por Barcelona aprovechando el acto de retirada de oro de la medalla de la ciudad a la infanta Cristina, que toda la tropa que corteja al todavía jefe del pepé se lance al cuello del oponente por darle pábulo a los independentistas y que al supuesto ofendido se le haga el culo agua en cuanto lo llama por teléfono alguien que dice ser Puigdemont, lo que demuestra no solo la proverbial dosis de hopocresía que se es capaz de desplegar hasta en un asunto de esta índole sino lo solo que se encuentra el hombre. Sí, porque no es ya únicamente que se ofrezca a quedar con quien ha enfatizado que la República (catalana) está a la vuelta de la esquina sino que, sin conocerlo y teniéndolo satanizado a ojos de la plebe, le hace confidencias del tenor de que, dentro del embrollo existente, él tiene muy libre la agenda. ¿Qué? Como broma no está mal.