Ludwig Wittgenstein, filósofo y matemático austriaco de la primera mitad del siglo XX, escribió que el origen de la mayor parte de nuestros conflictos se halla en la falta de comunicación. La solución al problema se la había dado cuatrocientos años antes otro filósofo, esta vez francés, Michel de Montaigne, cuando propuso: «porque somos humanos? hablemos».

Tal es el propósito de toda mediación: restablecer la comunicación entre las personas o grupos enfrentados en cualquier disputa o conflicto. Y ello, a través de un procedimiento extrajudicial, voluntario, flexible y confidencial, guiado por un tercero neutral, el mediador. Este papel de mediador no puede desempeñarlo cualquier persona, sino un profesional titulado en mediación y especialmente formado y experimentado en técnicas y habilidades ideadas para restablecer la comunicación perdida o nunca habida entre las partes en conflicto. El objetivo de todo buen mediador es que sean ellas mismas quienes encuentren una solución para su conflicto (sin perjuicio de que cada una pueda estar asesorada por otros profesionales de su confianza).

Hoy, 21 de enero, Europa celebra el Día de la Mediación, coincidiendo con el dieciocho aniversario de la Recomendación sobre la Mediación Familiar del Comité de Ministros del Consejo de Europa. El Consejo de Gobierno murciano acordó también, en 2015, instituir el 21 de enero como Día Regional de la Mediación, dando respuesta a una moción en tal sentido del Pleno de la Asamblea Regional. Estamos, por tanto, de celebración quienes creemos que la mediación es un medio complementario y muy útil de resolución de conflictos que, aunque novedoso todavía en España, ha llegado para quedarse.

El conflicto, como fenómeno, es consustancial a nuestra vida como individuos y como ciudadanos de sociedades democráticas, plurales, multiculturales, con mercados abiertos e inmersas en la globalización. El conflicto es, en definitiva, un síntoma de sociedades abiertas (o líquidas, según la exitosa fórmula del sociólogo polaco Zygmunt Bauman). Donde no hay conflicto, o no hay vida o no hay sociedad. La existencia de conflictos no solo es inevitable; es lo que nos hace crecer y evolucionar como individuos y como sociedad. Sun Tzu, estratega militar de la antigua China, dejó escrito que todos los conflictos contienen en su interior las semillas de la creación y de la destrucción. A todo el que afronta un conflicto le corresponde decidir cuál de esas dos semillas plantar.

El conflicto no es, por tanto, una patología. Sí lo es la judicialización masiva de toda la conflictividad social, comercial, familiar, vecinal, política, etc. Y ello por varias razones: a) porque no todos los conflictos tienen naturaleza jurídica; b) porque en muchos conflictos con trasfondo jurídico, los aspectos emocionales, relacionales o de autoestima son más importantes para las partes que la respuesta solo jurídica que puedan darles los tribunales; y c) porque no hay sistema legal y judicial en el mundo que pueda dar respuesta pronta y adecuada a la inmensidad de conflictos que generan nuestras modernas sociedades 'líquidas'.

Y es que el alma humana es mucho más sutil y más compleja que los mecanismos e instrumentos que los hombres utilizamos generalmente para resolver nuestros conflictos. No hay duda que el Derecho, la organización de la convivencia a través de las leyes y el rol de los tribunales como garantes de su preservación son una gran conquista de la civilización. Pero el Derecho y los jueces no son suficientes y, en ocasiones, tampoco son los más indicados. Aunque es bueno saber que están ahí y que se puede acudir a ellos en caso necesario.

Es, por tanto, un reto para nuestra viabilidad como sociedad encontrar otros métodos alternos, complementarios o anteriores a la Administración de Justicia, cuya intervención debería ser en muchos casos residual o de última ratio.

La mediación ha venido a llenar todas esas necesidades y carencias. Y, como digo, ha llegado para quedarse. Los abogados tienen obligación, según sus propias normas estatutarias, de recomendarla a sus clientes cuando consideren que resulte más indicada que la vía judicial. Los jueces estamos también obligados en muchos supuestos, de acuerdo a las leyes procesales, a invitar a las partes a acudir a la mediación antes de continuar con el proceso judicial. Y todos, como ciudadanos, haríamos bien en recurrir a ella para encauzar y resolver muchos de nuestros conflictos y disputas.

No esperemos a que el uso de la mediación se generalice para recurrir a ella. Empecemos ya con el conflicto o la disputa que cada uno tengamos ante nuestros ojos. Contribuiremos con ello a hacer una sociedad mejor para nosotros y para nuestros hijos. Teniendo en cuenta que no es extraño que lo humilde y lo sencillo generen grandes cambios. Ya dejó escrito Edgar Quinet en la Francia del XIX que también la gran Odisea gira alrededor de la pequeña Ítaca.