A Indalecio Prieto se le tiene como uno de los grandes estadistas de la Historia, una especie de Churchill a la española, a cuyas citas recurren de vez en cuando nuestros políticos, tanto de un lado como de otro, para presumir de cultura y de altura de miras. Pues bien, aunque para muchos suene a sacrilegio, a mí Prieto me parece un pusilánime, primero, porque pienso que le faltó valor para haber liderado la República y, segundo, por mantener durante toda la Guerra una actitud pesimista que no dejó más remedio a Negrín, que propugnaba la resistencia a ultranza hasta internacionalizar el conflicto, que sustituirlo como ministro del Ejército precisamente por derrotista y cenizo. Aunque ha pasado mucho tiempo y poco queda ya de ellos, estoy viendo ahora en mi entorno, con esto de los pactos para la formación de Gobierno, muchos negrines y prietos. Desde los que piensan que con cuatro gritos de guerra este país se va a convertir en los mundos de Yupie hasta los agoreros que ya tienen medio pie fuera de la frontera a la espera de la inminente hecatombe. Ni tanto ni tan calvo, hombre. Y por cierto, mi personaje favorito de los años 30 fue Manuel Azaña.