Me encuentro con un señor vestido de naranja, con una almohadilla en el hombro sobre la que sujeta una bombona de butano. Su cara de descontento seguro que es por el peso y no por la vestimenta obligada. En la calle de enfrente me saluda el carnicero de mi barrio. Lleva su batín blanco y su gorro chapado. El batín hace feliz a su mujer. No tiene que quitar manchas de sangre a la ropa de su marido. Con el gorro nos hace feliz a todos. La carne no lleva pelos. Reflexionando cruzo una calle sin mirar. Un agente de la policía me llama la atención. ¡Cómo impone el uniforme!

Me voy a casa. Enciendo el televisor. Hoy se constituyen las Cortes. ¡Uy! ¿Qué ha pasado? ¡Unos mozos y mozas, descamisados, con ojales desaprovechados, con faldas a lo Karmele ocupan los asientos de sus señorías! ¡Tenemos un niño! ¿Será que se estrena uniforme en el Congreso?