Hoy se clausura la exposición La mirada expresionista, del pintor murciano Molina Sánchez en el Palacio y Centro de Arte del Almudí; ultimas horas oportunas para deleitarse con este acontecimiento de primer orden.

La pintura española cuando Molina Sánchez llega a ella, grita su enfado social y pictórico con expresión clara; nuestro pintor siente algo más mágico en sus formas; resiste más en él la admiración por Picasso que cualquiera otro de otro orden. Molina es „siempre lo fue„ un ser dulce, con capacidades humildes en su propia existencia, en la aportación de su obra, al acontecer artístico de su país o de la tierra de su procedencia. Cuando le agradecíamos su éxito, su renovación plástica, resumía con lejana soberbia: «He tenido suerte y he podido vivir de la pintura». En la afirmación había un olvido trascendente de la importante inteligencia que aportó a un tiempo necesitado de serenidades, de alejamientos conscientes, de la necesaria evolución de unas formas y de una huella en la materia.

Los años sesenta en la pintura de Molina Sánchez son el corazón de esta exposición conmemorativa de su ausencia. Hemos dado unos pasos hacía atrás en la cronología representada para saber la procedencia; hemos caminado hacía adelante para llegar a las conclusiones de su calidad. El pintor siempre estuvo influido por su entorno y su vida tuvo la brillantez final de redondear su existencia volviendo al huerto de la infancia, al color inicial de la alegría de vivir. A la paleta fue añadiendo color, colores si queremos, nuevos tonos, más frescura, más levedad; los ocres se convirtieron en azulados desvaríos de su potencia pictórica, en rojos reencontrados y que se habían extraviado y perdido durante un tiempo menos desahogado recreándose en la memoria de aquellas obras que había pintado sobre papel; lo que él mismo llamaba Esencias sobre couché y que nosotros hemos simplificado y llamado, para mejor entendimiento, como óleos sobre papel.

Ya no hay sorpresa, sí acomodo de la delicia, gozo de los sentidos ante esta obra que resulta inédita a la mirada, de vez en vez, siempre.

Atónitos quedamos ante una limpieza de alma artística como la suya sin abundar en el angélico devenir de sus temas. Porque no sólo los ángeles vuelan en este paraíso de cosas que se encuentran en la pintura de Molina Sánchez, el pintor expresionista que añadió templanza, sencillez, ternura al tiempo pictórico y de tendencias en lo social y en lo artístico que le tocó vivir; huir incluso, poniéndose a salvo con una obra contundente, diáfana, clara, madura y frugal, como su tierra, como su renacido espíritu al alcance, al final, de las rosas de Alejandría. Se hizo a sí mismo, pintó para él y para los enamorados de su quehacer, de sus mañanas luminosas buscándole los cuatro pies al gato de la palmera, tan difícil de pintar en su obra, que venía de la expresión abstracta.

Y llegó, desgraciadamente, el final. Y se encontró ante su niñez, ante su juventud, ante su familia y su paisaje, ante sus gentes y, renacido, generoso, delante de la Murcia que le vió nacer y oxigenarse con el primer llanto, donó a todos los murcianos, sin excepción, una parte muy importante de lo realizado, de su obra eterna.

En esta exposición se puede ver parte de lo que dejó a través de su Fundación a los suyos, a todos nosotros. Otra cosa es que los murcianos lo hagamos bien con su memoria, responsabilidad tenemos a través de quienes nos representan. Hay dolor en sus obras empaquetadas, exentas de la mirada diaria de nuestros niños, de nuestros avisados visitantes. Vendrán tiempos mejores. Molina Sánchez siempre supo esperar, siempre supo pintar más allá de los tiempos, más allá de su generación y de las venideras. Viviremos para comprobarlo; su justicia artística está por llegar, esta exposición es una llamada de atención al futuro; volveremos a su memoria como ilustre creador de un siglo, el de las luces, el de la dureza y temple de los supervivientes. Veremos bajar a todos los ángeles pintados en busca del color de su paleta.