Estrenando los primeros días del calendario, a eso de las cinco de la tarde, recibí una llamada: «Oye, Monti ha dicho que sí. Piensa un tema y un título para la columna». Nos despedimos y después de colgar me quedé con el móvil en la mano mirando la pantalla con la mente en blanco. Sentada en el escritorio, frente a un folio en blanco, garabateé un par de frases, un par de nombres. Envié un par de whatsApp y realicé unas cuantas llamadas. Fui a la cocina y preparé café: «Quizás la cafeína me dé un par de ideas», pensé esperanzada. Pero no sirvió de nada. Ni tema, ni columna.

Como suele ocurrir en la mayoría de ocasiones, cuanto más empeño pones en buscar o encontrar una cosa, menos la encuentras. Sabes que está ahí, cerca, ´caliente, caliente´ y, sin embargo, no alcanzas a verla. Tenía abiertas un par de pestañas del iPad con algunos de los diarios digitales que suelo leer todos los días, o casi todos. Eché un vistazo a las últimas noticias de la jornada, buscando inspiración, y en el mejor de los casos, un título y un tema. Pero el intento resultó tan inútil como la cafeína. Nada de nada.

Miré el reloj, por hacer algo, y entre pitos y flautas, llevaba sentada, frente al folio en blanco, casi hora y media. Desesperada, encendí el portátil e hice clic en el icono verde y redondo, de extraña sonrisa, y en el buscador escribí un nombre y una canción: David Bowie. Let´s Dance. Qué original, pensé con ironía. En este preciso momento seguramente habrá muchos, cientos, quizás miles como yo, escuchando un tema mítico, comercial y conocido de este as del rock and roll.

De repente, en los últimos compases de El último baile levanté la vista, la pantalla de mi móvil parpadeaba, avisándome, en colores fosforitos y sin sonido, de una llamada. Dejé que parpadeara y entonces, con la vista clavada en el frente, repasando la hilera de libros que decoran mi escritorio, ahí estaba. Sonreí satisfecha, alargue la mano para coger un tomo grande y ajado, con las páginas amarillentas, y tan verde como el Mar del Norte en invierno.

Te he encontrado, pensé mientras leía el lomo del libro.

Ulises, el Everest de mi biblioteca. James Joyce, el héroe de las palabras del siglo XX. Mañana, pensé, hoy mientras escribo, se cumplen 75 años de la muerte de un genio de la literatura. Un escritor que nos presenta la parte inmortal del hombre, la parte más compleja, ésa que quiere, siente y entiende, sin saber por qué, de forma directa y natural. Tan corriente y evidente, tan caótica y desestructurada como el alma misma.

Repaso mentalmente las tardes y las noches que he pasado en las calles y en las playas de Dublín junto a Stephen y Leopold, intentando, una y otra vez, comprender sus reflexiones y sentimientos. Como la tarde de ayer, la búsqueda no resultó fácil, ni mucho menos como esperaba, pero al final encontré lo que buscaba: un nombre, Picando el folio. Un tema, Ulises. Y, el alma, las palabras. La parte más compleja de Joyce, ésa que quiso, sintió y entendió sin saber por qué. Las palabras, las escritas, las que 75 años después, como los verdaderos héroes, resistieron para dar aliento, para dar vida.