Los europeos somos lerdos. Sí, es la única explicación posible. Después de más de un año recibiendo refugiados e inmigrantes, que no es lo mismo, seguimos paralizados, o peor, pidiendo disculpas por existir y haber fundado un gran espacio de libertades y bienestar. Hay una ola de 'tontodelculismo' multicultural que nos impide reaccionar ante sucesos tan graves como las agresiones sexuales y los robos organizados en la Nochevieja de Colonia, en los que participaron refugiados, y que se sucedieron en otras ciudades como Stuttgart y Hamburgo. No eran cristianos, ni judíos, ni metodistas, no. Entre ellos había refugiados que profesan en su mayoría, y a su modo, la religión de la paz, también conocida como Islam.

Alemania era el centinela de las esencias europeas, el país que mantenía a raya el pensamiento Alicia de otras sociedades del viejo continente. Reconozco que se me ha caído ya el monóculo varias veces en los últimos tiempos con algunos titulares que vienen de aquel país. Así que no puedo más que admitir que ningún gobernante, ni siquiera Merkel para mi estupor, está a salvo de un momento jipi o tontorrón. La situación es crítica y el buenismo no nos va a salvar de ésta, como no nos ha salvado de ninguna. Ya es irrefutable que, entre las oleadas de personas que vienen huyendo del horror de Siria e Irak, hay terroristas y otra gentuza que, sin pertenecer a ninguna organización, vienen con el único propósito de aprovecharse de nuestro civilizado Estado del bienestar para, después, tratar de imponer sus ideas y valores retrógrados.

La regla es bien sencilla, quien no respete nuestros valores, nuestras libertades y nuestra cultura, no tiene cabida en Europa. Es, por otro lado, la norma que aplican en la mayoría de países fuera de esta Europa acomplejada que camina con andador y prótesis de cadera hacia el abismo. ¿Dónde podemos ver, acaso, manifestaciones en contra de quienes señalan la existencia de refugiados en una agresión masiva en lugar de contra quienes la cometen? ¿Dónde tienen cabida personajes que creen que es compatible la defensa de la igualdad y de los derechos de la mujer y, al mismo tiempo, mirar hacia otro lado cuando niñas y mujeres son prostituidas en campos de refugiados como el de Bayernkaserne? Para los primeros, sólo se me ocurre como explicación la de estar aquejados de una idiocia profunda; para los segundos, el único calificativo que me viene a la mente es el de traidores. Sí, traidores a la historia, a la cultura y al porvenir del resto de europeos.

Es cierto que ya hay voces que empiezan a alzarse en contra de la gestión, o de la ausencia de ella, de la crisis de los refugiados, pero me temo que de poco valdrán. Suponiendo que no sea ya demasiado tarde, urge actuar por nuestra propia supervivencia, pero también por otros motivos. En primer lugar, por los refugiados que verdaderamente vienen porque son perseguidos por los fanatismos y desean rehacer sus vidas y contribuir al desarrollo de la sociedad que los acoge. En segundo lugar, porque la mejor forma de garantizar una vida decente a quienes viven en los países azotados por el islamismo y las guerras es estabilizar esas regiones de una vez por todas. Si de verdad nos importa salvar vidas humanas y acabar con las atrocidades y las violaciones de los Derechos Humanos que sufren estas personas, no hay otra vía.

Mi confianza en que alguien haga algo es muy limitada porque se da una conjunción insólita en los últimos tiempos entre gobernantes y ciudadanía. Todos parecen estar en sintonía y desean que vengan más refugiados sin control, porque eso de verificar quién entra en tu país, si tiene pasaporte o si profesa una extraña afición a atarse cinturones con salchichas rellenas de explosivo plástico es de puros fascistas. Porque abrir nuestras propias casas a desconocidos y donar paquetes de macarrones Carrefour Discount a la Asociación Iñaki Gabilondo de Ayuda a los Refugiados (que, si no existe, debe estar al caer) es la mejor forma de expiar nuestra culpa por no sabemos muy bien qué y que hicimos hace no sabemos exactamente cuándo. Y, por supuesto, porque llevar chapas en las bandoleras y colgar sábanas de los balcones con el manido refugees welcome, sin tener ni la más remota idea de a quién acogemos, es lo más trendy desde las mareas, todas con camisetas de distintos colores, pero rojas por dentro.

De la mayoría de países de Europa hace tiempo que perdí cualquier esperanza de defensa de lo más elemental, pero pensaba que siempre nos quedaría Alemania, aunque si la cosa no se endereza y ni ellos reaccionan, puede que lo mejor sea ir echando el cierre y buscando un terreno en Texas. La verdad es que no me disgusta del todo la idea de verme allí, adoptando una actitud relajada ante la vida y custodiando mis posesiones en el porche de mi casa, sentado en una mecedora, mientras bebo alguna botella con tres equis en la etiqueta. No sé si también seguiría los usos del lugar y tendría una escopeta a buen recaudo por si las moscas, o por si los moscones, pero si fuera así, la escopeta estaría en su armero y tal, eso sí. Por seguridad y porque no quiera el Señor que se me presente Obama una tarde a tomarse un menta poleo y se me ponga a hacer pucheros.

Que no se preocupen por nada los americanos porque Europa, siempre heroica, estará al quite y sabrá dar solución al problema. Aquí, en España, alguna alcaldesa o alcaldeso del cambio, seguro que anda ya actualizando nuestra filmoteca, como ya han hecho en Madrid con los Reyes Magos vestidos con bata de guatiné, y en breve tendremos en los cines Bienvenido Mr. Hassan, un remake de la película de Berlanga apto para la ingeniería social. «Refugiados, vienen a España guapos y sanos; viva el tronío de ese gran pueblo que son los sirios», cantaremos todos alegremente al salir de las salas. ¿Que no? Al tiempo.