Una parte del mundo, del planeta, estalla todos los días en fuegos aterradores. Oriente Medio es un polvorín extendido en sus límites; la guerra se multiplica en un brutal escenario insufrible. Sesenta millones de refugiados huyen desde sus países en busca de una paz que es tan solo un sueño. Son los países más pobres los que, con preferencia, les han tendido las manos de la supervivencia, convirtiéndose así en Estados con mayores dificultades sociales y económicas. La Europa estable recela de la invasión de sus fronteras temiendo la disminución del estado de viejo bienestar. La solidaridad no es fácil cuando el problema es de tales dimensiones.

Cada día se anuncian ejecuciones sumarísimas de los enemigos de unos y de otros; ayer mismo era Arabia Saudita la que aumentaba la nómina de ejecutados hasta un número difícil de conocer en la exactitud de la masacre general. Miles de muertos a diario en un complejísimo panorama de guerra dispersada. Se pierden fácilmente las siglas de las organizaciones criminales que desprecian la vida de adultos y niños, sin pestañear, sin dejar de bramar los cañones de las armas importadas desde países sin escrúpulos.

A los campos de concentración de refugiados ha llegado también el frío; las nieves han aumentado el desconsuelo a falta de cualquier combustible para calentar unos cuerpos ya machacados desde hace meses. Ni calor siquiera pueden encontrar en este éxodo que no parece tener tregua. Paisajes nevados, helados, como suelo de seres indefensos, de niños descalzos. La miseria no es solo ceniza y fuego, también es la fatalidad del duro invierno y las inclemencias del tiempo. Millones de seres humanos atrapados huyendo de la muerte segura.

Las imágenes que nos transmiten los medios no parecen de un siglo civilizado, las multitudes se mueven sobre polvorientas ruinas destruidas sin contemplaciones de ningún tipo. El orden mundial está en peligro, si no se aceleran las soluciones políticas posibles y la atención mínima que el mundo debe a todos los refugiados cualquiera que sea su origen y su desesperación. La vergüenza es colectiva, de toda la comunidad internacional que suele resolver gota a gota lo que es un río incesante de violencia. Millones de seres humanos buscan un lugar en paz, un asentamiento que les corresponde en justicia; en propiedad o en adopción.

Hay una necesidad urgentísima de asilo, de ayuda, de solidaridad, de humano sentimiento. Sin contabilizar prejuicio ni perjuicio alguno.