Callar es verbo para discretos: los que hacen las cosas sin llamar la atención, los parcos en manifestar lo que piensan o sienten, frente a los habladores de diluvios que hablan por no callar. Aunque ese callar puede ser un callandico, que añade al silencio un cierto toque afectivo, que retrata el cuidado y la delicadeza con que actuamos para no interrumpir un acto o una conversación, no despertar al que duerme o hacer más sorpresivo un encuentro inesperado. Pero no todos los silencios cuidadosos son bienintencionados. Sírvales de ejemplo este que, en el colmo del callar, actúa sirviéndose del casi olvidado a la calla callando, con una doble dosis de silencio que esconde, no ya la prudencia y la discrección, sino el sigilo y el disimulo de quien actúa en secreto consciente de que sus decisiones no están bien o no serán aceptadas. Decimos que actúa a la callá callando el novio que oculta que se entretiene con otras, el niño que hace novillos, el que abusa de la confianza del amigo a sus espaldas. Que a veces el silencio daña más que mil habladurías.