Iniciamos año y, como suele acontecer en estos días previos, los profesionales de protocolo también nos planteamos nuevos retos.

No lo tenemos fácil porque el año que se marcha nos ha puesto la situación más complicada si cabe. Muchos compañeros de profesión han visto recortadas sus funciones, sus condiciones laborales o, todavía más, han visto cómo perdían su trabajo.

Vivimos tiempos de cambio y nuestro sector no puede estar ajeno. Gran parte de la sociedad nos sigue asociando a jerarquía y etiqueta. La clase política, los medios de comunicación, una buena parte de la sociedad, escuchan la palabra «protocolo» y huyen como de la pólvora, o en el mejor de los casos esbozan una sonrisa irónica.

Bien, pues ahora vengo a decirles que tengo la suerte de trabajar en un sector que puede y debe tener un papel destacado en el futuro de este país. Los profesionales de protocolo trabajamos para hacer la convivencia más fácil, evitando situaciones de tensión, choques culturales, fomentando el respeto mutuo entre personas, tanto en los ámbitos públicos como en el entorno más íntimo y privado. Por eso, coincido con mi compañero Javier Vila, cuando estos días recordaba que «el protocolo y las relaciones institucionales se convertirán en la próxima legislatura en una herramienta esencial para alcanzar acuerdos».

«Creo sinceramente que hoy vivimos tiempos en los que es más necesario que nunca reconocernos en todo lo que nos une», nos decía el rey Felipe VI en su reciente mensaje navideño, al tiempo que confirmaba que afrontamos una nueva legislatura que requiere «adecuar nuestro progreso político a la realidad de la sociedad española de hoy».

El verdadero profesional de protocolo está capacitado para asumir las técnicas protocolarias en la organización de eventos, pero también para gestionar las relaciones institucionales, colaborar en la estrategia general de comunicación, asesorar en materias de imagen de la institución. Está llamado a ser pieza fundamental en aproximar las instituciones a los ciudadanos.

En la actualidad es urgente mostrar una institución moderna, ágil y funcional, ajena a los fastos y suntuosidades, al gasto innecesario. La sociedad nos pide actos con menos discursos, que eliminemos el boato, reduciendo el uso de la simbología oficial. Necesitamos espacios alternativos, accesibles, actos sostenibles, una mayor utilización de nuevas tecnologías. Y especialmente, con mayor protagonismo del ciudadano.

En este camino, conseguiremos avanzar, pero actuemos con muchísimo cuidado, porque cualquier tropiezo multiplica las consecuencias negativas que arrastramos tantos años. No podemos pronunciar palabras como solidaridad y austeridad desde ostentosos entornos palaciegos, porque nuestras afirmaciones pierden credibilidad. Si de verdad estamos comprometidos, no hay margen para dar un paso atrás.