Año dieciséis del tercer milenio, nada menos, y aquí, en España, aún no sabemos de la misa la media. La inmensa sima entre el mandato del pueblo a través de unas elecciones generales y lo que los políticos quieren interpretar se hace patente hasta el punto de que son capaces de llevarnos de nuevo a las urnas. Es tal su mediocre ineptitud e ineficacia. Porque una cosa es el resultado de las mismas: fuera las mayorías absolutas, fuera el nepotismo de partido, fuera las prepotencias políticas, y otra cosa es la lectura que cada uno de ellos hacen como exclusiva interpretación personal que solo obedece e intereses personales o partidistas. Y en esto, es tan curioso como ilustrativo, todos los líderes dicen hablar en nombre del pueblo con la más triste y desgastada versión demagógica, pero ninguno quiere ver la única verdad: un resultado que les obliga a entenderse, dialogar, consensuar, dejar a un lado el interés de partido y poner los del país, y, en su caso, formar un Gobierno de concentración nacional, al fín y al cabo como media Europa lo está haciendo sin ningún problema? Ese es el único resultado cierto de las elecciones, y no el que ellos dicen entender porque así quieren entenderlo.

Así tenemos a un Rajoy que interpreta una mayoría simple como absoluta, y no ve, no quiere ver, que la inmensa mayoría de los votantes le ha negado su confianza, y no puede, no debe, imponer a esa gran mayoría la miope visión absolutista de su falseada realidad. Y, no conforme con eso, aún se postula a sí mismo a seguir presidiendo partido y país, a pesar de tal descalabro. Pero es que igual, o peor, le ocurre a Sánchez. Ha llevado al PSOE a los peores resultados de toda su historia y aún reclama para sí todos los laureles: reelección como secretario general y ser árbitro de un gobierno, tanto contra natura como contra matemática, aún pactando con los peores enemigos de la integridad nacional de España. Su locura y su soberbia solo es comparable a la tontuna visionaria profunda de su antecesor. Entre ambiciosos, pues, anda el juego.

Pero es que doña Susana, que espera sin disimulo su oportunidad, tampoco ha estado muy sembrada que digamos. Lo apoya en su cerrada negativa al PP con portazo incluído apoyándose en la ajada demagogia de que no pueden traicionar el mensaje de sus votantes? ¡Leches, todos los votantes de todos los partidos votan a los suyos para ganar! pero cuando no se alcanza la mayoría suficiente para hacerlo lo que se espera es que sepan rentabilizar lo obtenido inteligentemente, que le den el mejor uso posible, no que lo tiren al cubo de la basura, ¿o acaso no es así? Lo otro, precisamente, es defender exactamente lo mismo que se ataca al contrario. Hay que ser muy ciegos o muy necios para no ver que, al igual que el rival, la ciudadanía les ha recortado poder y representación para que lo ejerzan de otra forma a su acostumbrado ordeno y mando.

Porque lo de Podemos es un caso aparte. Es un partido integrado por muchas docenas de grupos y grupúsculos, los más importantes de ellos, como el catalán, formado por antisistema, anticapitalistas, antiespañolistas y antitodistas, que imponen su política parcial de fragmentación nacional al resto. Por eso mismo Iglesias no sabe ya cómo defender una postura en equilibrio constante entre independentismo y referéndum, que en el fondo es lo mismo. Aparte de que su visión es de un estado funcionarial de cuando Lenin era cabo fourriel. Simplemente, no es un partido operativo, ni siquiera cohesionado, si no más bien disgregativo y disgregado. Solo Ciudadanos, al margen de su visión más o menos conservadora, aparenta tener un discurso coherente. Rivera, al menos, habla con educación y respecto, aparte de que se mueva mucho al hablar, que le achacamos como defecto, no te jode... Y eso, en este país de locos e irresponsables, si no es suficiente sí que es bastante.

Así que si toda esa panda de inútiles que apenas saben disimular su desmedida ambición se empeñan en enviarnos de nuevo a las urnas, y hemos de soportar una nueva campaña electoral calcada a la que ya hemos sufrido, tomémosla como una segunda vuelta. Solo así sería un mal menor. Y, como tal segunda vuelta, al menos tendríamos la oportunidad de castigar a los culpables del desaguisado a los que parece ser que sus partidos no son capaces de castigar como responsables de la situación. O si no como una segunda vuelta, tomémoslo como una segunda oportunidad.