Andaba el idioma en pañales, como el recién nacido en el portal. Una lengua «compuesta de la avenida de muchas lenguas», como si nos hubieran dejado desperdigadas sílabas todos los pueblos que pasaron por la Península.

Poco a poco, andando en lenguas de la gente, el idioma empieza a andar por tierras de castillos en un condado que era como «un rincón» («Harto era Castilla pequeño rincón/ cuando Amaya era cabeza y Hitera el mojón») allá por los siglos X, XI y XII, con sus arcaísmos medievales y su grafía y sintaxis propia, crece el que había de ser expansivo idioma de millones de seres al otro lado del mar. Y del latín dialectal de Hispania nace una gloriosa lengua que se configura lentamente, según la conducta de sus vocales, las misteriosas fugas de las diptongaciones y roce con cada vocablo casi recién acuñado. Valbuena Prat nos recuerda que cuando se decía morte, en Burgos y Covarrubias, esto es, en lo más genuinamente castellano, se hablaba ya de muerte? Y, después del Cantar, amanece una literatura de poemas narrativos, escrita en versos de siete y nueve sílabas cuya temática es característica de la época: «leyendas devotas de vidas de santos o de relatos animados procedentes de los Evangelios apócrifos, disputas y debates en los que puede apuntar algún rasgo satírico». Aparece el Libro dels Tres Reis d´Orient, La Vida de Santa María Egipciaca y comienza nuestro teatro.

La primera obra conocida del teatro español es sobre tema navideño. La segunda, también. Y las siguientes hasta que Juan de la Encina, Lucas Fernández y Pedro Manuel de Urrea combinan ya lo religioso y lo profano e introducen costumbres mundanas para que sean representadas. «Nacido al calor de la iglesia, como una ampliación de la liturgia», nuestro teatro parte de formas religiosas. La Navidad, la Pasión y la Resurrección son sus temas. Quisiera bucear y hacer antología en lo más remoto de la canción navideña, en las palabras hermosas y balbuceantes del Misterio de los Reyes Magos, que Menéndez Pidal llamó Auto de los Reyes Magos, espejo y reflejo de nuestras renacidas representaciones de Churra y Aledo, sin duda; aunque aumentadas por otras experiencias y libretos sobre el mismo tema, que no se consideran muy posteriores al poema del Mio Cid. Ciento cuarenta y siete versos polimétricos es todo lo que se conserva de esta obra de autor anónimo. Su argumento es muy simple, muy ingenuo, muy impregnado de la condición teológica del arte medieval. Gaspar, Melchor y Baltasar aparecen por separado, se juntan y se disponen a visitar al Mesías guiados por una estrella. Herodes se sorprende de lo que ellos cuentan y muestra recelo, convocando después a sus sabios? Es la Aurora de nuestros cantares navideños, la cita obligada de cada frío 6 de enero, con la rudeza de un idioma todavía sin hacer, donde destaca el encuentro de los Magos de Oriente con el temeroso Herodes.