Me encanta esta época del año por lo falsa que puede resultar. De repente nos entran las prisas por terminar los propósitos que nos impusimos un día como hoy hace 365 días: deshacernos de los kilos de más, dejar las drogas (empezando por la televisión) o terminar por una vez lo que empezamos. Yo este año que comenzará mañana voy a dedicarme a descubrir las sombras de los míticos buenazos de la historia de cuyas citas (reales o no) están plagadas las redes sociales. De este modo me sentiré menos mal al mirar mis defectos en el espejo.

Empezaré por Mahatma Gandhi, vendido al gran público como el mayor luchador pacifista de todos los tiempos, el gran activista anticolonial que luchó por los derechos de los más desfavorecidos. ¿De verdad? No, la verdad es que este hombre tenía sus defectos, como cualquier hijo de vecino. Puede que a muchos les sorprenda, ya que pocos son los que se atreven a leer las biografías de los grandes hombres de la historia, o simplemente no leen, punto. Yo tampoco es que tenga mucho tiempo para ilustrarme. De hecho mientras trato de explicarme frente al ordenador mi peque grande me reclama que le cuente un cuento preguntando sin descanso «¿y qué pasó, y qué pasó, y qué pasó, y qué pasó?». Aun así, entre Los tres cerditos y La sirenita les diré que este hombre era un gran racista, como correspondía a un señor de su talla en su época. Sí, la verdad es que duele más cuando se trata de personas altamente ilustradas. Uno creería que a mayor conocimiento mayor es la lucidez, pero nada de eso.

El caso es que este señor se creía por encima de los negros. Como saben, trabajó como abogado en Sudáfrica durante veinte años, y allí fue donde comenzó a luchar por los derechos de sus compatriotas empezando por lo más básico: reivindicó que indios y negros dejaran de ser tratados «juntos de forma indiscriminada en el hospital». Qué mal gusto, hay que ver. No lo digo yo, sino unos señores bastante enterados llamados Ashwin Desai y Goolam Vahed en su libro The South African Gandhi: Stretcher-Bearer of Empire. Esta sombra, lo crean o no, hace que el personaje sea muchísimo más interesante. Lo hace más accesible, más humano e incluso más imitable. Es como una manta llena malas falsificaciones. Todo el mundo puede hacerse con una. Mirado desde este ángulo es mucho más fácil de imitar, ¿verdad?

Al próximo al que quiero hincarle el diente es a Jean-Jacques Rousseau, escritor, filósofo, músico, botánico, naturalista y enormemente misógino. El autor de El contrato social encendió la mecha de la Revolución francesa al tiempo que despreciaba por completo los derechos de las damas a las que gustaba conquistar. ¿No es ahora más apetecible?