La autofoto ante un monumento en nuestros viajes se ha convertido en el objetivo prácticamente único de nuestro turismo. Si hemos conseguido la fotografía, poco importa conocer más allá las circunstancias e historia de lo que figura a nuestras espaldas. Ya tenemos registrada la foto en nuestras entrañas digitales de la cámara o el móvil. Se ha perdido mucha curiosidad, mucha anotación mental del acontecimiento ante nuestros ojos a cambio de una imagen con nuestro rostro sonriente delante del lugar que nos atrajo tanto hasta conseguir desplazarnos desde nuestro origen. Así, nos volveremos a casa con una colección de imágenes que no nos dirán más que una presencia relativa, sin ningún otro conocimiento que debiera haber constituido el origen y razón del viaje. Solo la constancia documental de nuestra presencia física; con su fecha y hora ordenada por la microciencia de las cámaras actuales. Y nada más, nada que nos rebase el conocimiento de esa vida oculta que es aprehensible para el viajero con curiosidad e interés en el mundo y sus tesoros.

Siempre que veo una foto de las pirámides de Egipto me acuerdo de un señor (adelantado de la moda selfie) que un día anunció en su tertulia del café que se iba a Egipto a pegarse una vuelta. «Y qué se te ha perdido a ti en Egipto», le preguntaron sus compañeros demandándole razones. «A mí, nada, retratarme delante de las pirámides». Adelantado el hombre a toda una moda del siglo XXI. Sea usted pirámide secular para esto, para terminar en fondo fotográfico como un vulgar telón de fotografía verbenera. Y que no falla. La foto es inevitable. Solo se diferencian unas de otras en que sean con camello o sin camello.

Los palacios reales están llenos de fotografías de sus monarcas ante las pirámides de Egipto, lugar mítico de la realeza del mundo que fue.

Majestuosas fotos con y sin dromedarios, de los inicios de la fotografía. Fueron los adelantados del selfie con sombreros hongos ante sus majestades, las obras faraónicas. Y por los objetivos de las cámaras, con nuestra sonrisa delante que casi impide el resto, pasa toda Roma; París alguna columna visible del Partenón. Allí estuvimos, es verdad, da fe notarial el soporte inverosímil del chip increíble.

Pero, ¿conseguimos algún otro conocimiento en el acto documental de nuestra presencia? Creo que tal y como utilizamos las posibilidades técnicas de hoy, es una pena seguir en la ignorancia de lo retratado. La costumbre siempre se convierte en ley, y la moda nos rebasa. Esa es la cuestión. Conservemos una mayor curiosidad en conocer las posibilidades que nos otorgó el poder viajar hasta cualquier lugar del mundo.