Es una tentación de la infancia oculta, o, mejor, a ocultar mucho. Llega el sorteo de los niños de San Ildefonso y quiero verlos un ratito en la tele, o escucharlos por la radio. O por ambos canales a la vez. Es una adicción que se remonta a los tiempos en los que siendo yo infante, Chencho se perdió en la plaza Mayor de Madrid con la consiguiente angustia del abuelo, el genial Pepe Isbert, y la paciencia impresionante de Alberto Closas como un padre de familia contradictorio, porque Closas es el galán insuperado de la historia del cine español. Es un adicción y también un acto sincopado, una parada en el tiempo, que el cruel Rajoy conocía, por eso convocó las elecciones para dos días antes, porque sabía que estaríamos cauterizados por el soniquete de los números y los euros, y en el mientrastanto él tendría tiempo de tragar los primeros sapos y culebras que sabía le esperaban, antes de anunciar acuerdos, diálogos y pactos que suenan más falsos que cualquiera de las no declaraciones de su dañina legislatura como presidente.

Además, Mariano, el único Mariano salvo el de los chistes de Forges, también conoce otro factor: el regreso al futuro que producen los probos funcionarios de Loterías y Apuestas del Estado que aparecen en la tele, detrás de los bombos, y en las mesas de comprobación de los premios, ¿de que capítulo del Nodo han salido? Es evidente que son contemporáneos nuestros, pero lo disimulan muy bien.

Seguramente han aprobado difíciles oposiciones a alguno de los insigne cuerpos de la Administración General del Estado, pero ¿en qué año? A lo mejor sucede que son funcionarios del Ministerio del Tiempo reclutados en los 50 o principios de los 60, y se han quedado así para siempre.

Su visión me deja perplejo e indefenso, porque son el símbolo palmario de que no hay posibilidad de cambio, de que este país nunca ha cambiado, es imposible porque ellos siempre estarán allí, comprobando las bolas con esa seriedad a lo Daniel Vindel en Cesta y Puntos o a lo Jesús Pécquer en Un millón para el mejor.

Y cuando miro los carteles electorales desvencijados, todavía en nuestras calles, las fotos de los candidatos me recuerdan a esos funcionarios de Loterías, son igual de familiares y de siniestros. Imaginen en la mesa de control de las bolas a Rajoy, Sánchez, Iglesias y Rivera, ¿a que no desentonan? ¡¡¡¡Cheeenchoooo!!!!

Feliz 2016, malgré tout.