Paradojas de la vida. Hace unos meses, cuando se convocaron oficialmente los comicios y comenzó esta interminable campaña electoral, todos teníamos una idea preconcebida de los principales candidatos. En primer lugar, Rajoy, el presidente del plasma que arriesgaba su presidencia por no enfrentarse a la prensa y, por ende, a los ciudadanos. A continuación, Pedro Sánchez, el líder con menos capacidad de liderazgo que se recuerda en una oposición. Después, Pablo Iglesias, 'el coletas', por aquel entonces venido a menos, que quería hacer de España una suerte de Venezuela. Por último, Albert Rivera, el gran orador que por fin había logrado hacer de la 'tercera vía' una opción política de gran calado nacional.

Con estos moldes, el día 7 de diciembre el gigante televisivo de A3Media celebró el autodenominado 'debate decisivo' en que los cuatro candidatos debían potenciar sus fortalezas, refutar sus debilidades y mostrarse ante nosotros como la opción política más fiable. Teniendo en cuenta nuestros prejuicios, lo evidente habría sido que Soraya quedara acorralada, Sánchez derrotado, Iglesias tambaleándose en la indefinición y Rivera exultante en un derroche de habilidades retóricas. El partido naranja estaba ante una oportunidad de oro para mostrar su superioridad en un ámbito en el que parecía no tener rival pero, en lugar de ello, inició su particular vía crucis electoral que culminó en la ya llamada 'semana negra de Ciudadanos'. El campeón de la ya extinta Liga Nacional de Debate Universitario se mostró durante el enfrentamiento más nervioso de lo habitual, dudó en ciertas respuestas (como en la explicación del contrato único) y dejó algunos temas en el aire sin terminar de explicar (como la reforma territorial).

Si hiciéramos un análisis en abstracto de lo que fue el debate, concluiríamos sin embargo que Albert Rivera fue el claro ganador, siendo el que más y mejor refutó, con mejores evidencias y más coherencia interna. El problema, al igual que lo que le ocurrió con el resto de su campaña, fueron las expectativas con las que partía. El alumno aventajado que nunca bajaba del sobresaliente terminó la noche con un empate a 7 con otros candidatos que apenas aspiraban a aprobar. Y ello, teniendo en cuenta que el debate era la principal fortaleza de Rivera, dio el pistoletazo de salida a la pérdida de confianza por parte del electorado.

Con esta premisa y tomando como referencia la debacle en el debate, expondré en las siguientes líneas por qué, a mi juicio, aunque ha pasado de cero a cuarenta diputados, Ciudadanos ha sido el gran derrotado de estas elecciones.

Tras el fiasco por no ser el ganador del debate, el equipo de campaña de Albert Rivera dio un giro a su estrategia intentando obviar lo ocurrido. Decidieron en ese momento que, de cara al público, iban a dejar de disputar la segunda posición a PSOE y Podemos para batirse directamente con el Partido Popular por la primera posición. No es un planteamiento extraño pretender situarse como el llamado voto útil, pero el problema es que la opinión pública ya no consideraba inquebrantable a una formación política que, en sus cuadros nacionales, está compuesta por líderes cuyo atractivo es la cuasi-perfección personal y profesional. En el momento en que el paradigma de esa concepción se rompió con un debatiente que no supo frenar a una sustituta marcada por la corrupción y a un emergente que apenas era aquello con lo que un día soñó, no resultaba creíble que Ciudadanos fuera ya capaz de derrotar al centenario PSOE ni al renacido Podemos.

Bajo ese pequeño descrédito y una estrategia no del todo acertada, los asesores de campaña cometieron el segundo error de la 'semana negra' de la formación naranja. En el llamado Cara a Cara entre Rajoy y Sánchez, Cs tomó la determinación de que Albert Rivera acudiera con Pablo Iglesias a comentar el debate a La Sexta. Obviando que el líder socialista ya hizo suficiente en la contienda como para diluir su voto entre los emergentes, resulta muy incongruente de cara al público indeciso que uno mismo se considere como la única opción capaz de revertir la situación política del país y, aún así, acepte ser un mero tertuliano ante los únicos hombres de Estado que el establishment reconoce. Para poner un ejemplo más visual, ¿se imaginan a Pedro Sánchez comentando en directo un debate entre Pablo Iglesias y Rajoy? Sería como aceptar tácitamente que Podemos tiene la legitimidad suficiente para estar disputando en exclusividad la presidencia al PP, lo que le colocaría en una terna igualitaria con los emergentes. Esta estrategia de Cs, sin embargo, funcionó a la perfección con Podemos porque su objetivo era plenamente distinto. Ellos sabían que para tener opciones de gobernar no debían disputar el voto al primero, sino desacreditar al segundo para hacerle un sorpasso. Su única expectativa era poder demostrar las debilidades de Sánchez (como así hicieron), puesto que su conocido 'asalto al cielo' no pasaba por hacer creer al electorado que eran capaces de ganar las elecciones, sino simplemente convencerles de que eran la única formación de izquierdas fiable.

Si a los chascos de los debates le sumamos la alta dosis de indefinición, los cuadros regionales contradiciendo cada cinco minutos el mensaje nacional, demasiados minutos televisivos pero ninguno de ellos en casa de Bertín Osborne y una sorprendentemente buena campaña de su principal competidor ideológico (el PP), nos encontramos con una formación política que hace apenas diez días preguntaba al bipartidismo qué haría en caso de que C's ganara las elecciones, mientras que durante la noche electoral rezaba por no bajar de la décima parte de representantes.

Decía Cicerón que no hay nada tan increíble que la oratoria no pueda hacer aceptable. Tal vez si la formación naranja no hubiera apostado todo a las habilidades comunicativas de su líder, otro gallo cantaría en este escenario de absoluta ingobernabilidad. Al menos Rivera tiene el consuelo de que, cuando nos acordemos del debate a cuatro dentro de unos años, seguramente lo único que nos venga a la cabeza es por qué no estamos todos trabajando en House Watch House Cooper.