El organismo humano es un mecanismo extraordinariamente complejo. Y, a la vez, cuanto más complejo y evolucionado en su estructura, más expuesto a romperse y más delicado en su funcionamiento. Casi podríamos decir que a mayor perfección, mayor riesgo. El de los seres humanos, por ejemplo, está sujeto a mil factores: alimentación, hábitos medioambientales, mentales, culturales, sociales, económicos incluso que lo limitan, lo condicionan o lo enferman, y que son factores que, en teoría al menos, escapan a su control. Y digo en teoría, porque, en realidad, es el propio hombre el que influye y modifica directamente esos factores para bien o para mal. Resulta paradójico, pero realmente es así. Nosotros mismos nos construimos o destruimos nuestra propia salud viviendo como vivimos. Lo que pasa es que igual que tenemos capacidad para arruinar el medio natural y nuestro propio organismo en el mismo kit, igual desarrollamos la misma capacidad para recomponernos en parchearnos sobre la marcha a través de la medicina, esto es, la farmacia, y la cirugía que, en definitiva, no son más que la química y la mecánica del organismo. Yo mismo tiro de mi salud con media docena de reparaciones de taller a base de ocho pastillas diarias, que es el aporte químico que necesita mi cuerpo para funcionar?

Pero es que, con la democracia y la forma de gobierno de ese mismo ser humano pasa exactamente igual. El sistema de la democracia quizá también sea el más complejo, evolucionado y perfeccionado en lo que cabe, organismo social y político, y por eso mismo también, igual de expuesto a romperse o averiarse en su delicado funcionamiento. Como el organismo humano, a mayor perfección, mayor riesgo. Podríamos incluso comparar un organismo unicelular, sencillo y elemental, poco o nada evolucionado, con una dictadura, y un pluricelular, complejo y evolucionado, con una democracia. El tamaño no importa. Puede ser una gigantesca ameba o un minúsculo orgánulo. La cuestión es la misma que en nuestro organismo, que podemos vivir en la salud o en la enfermedad, según nosotros mismos cuidemos o destruyamos el medio natural en que nos desenvolvemos, al igual que podemos sanar o enfermar nuestra sociedad y nuestra convivencia según nosotros mismos cuidamos o pervertimos el medio democrático en el que nos desenvolvemos. Y podemos hacerlo en un estado político sano, o que, como yo, tenga que pasar por el taller hospitalario de reparaciones, y funcione, o medio funcione, con su dopaje regular de píldoras. Todo depende, naturalmente, de la interrelación, sana o enferma, de las distintas células que forman ese organismo.

Porque si examinamos de cerca las democracias europeas, y especialmente la española, están enfermas; la nuestra, seriamente enferma. Los organismos pluricelulares tienden a ser más complejos, completos y perfectos, uniéndose y multiplicándose formando uno solo de muchos, fuerte y compacto. Europa no termina de conseguirlo. Está estancada, en un intento donde la insolidaridad y los egoísmos intercelulares boicotean el resultado óptimo. Pero es que España anda una senda contraria, una disolución celular, un cáncer con un par de nódulos (País Vasco y Cataluña) que se retroalimentan y amenazan con producir metástasis en una democracia a medio camino aún entre esa misma democracia y la dictadura de la que proviene, y con una incultura democrática en todas sus células muy preocupante?

La conclusión es muy simple, tanto en la salud física de nuestros miserables cuerpos como en la salud democrática de nuestra patética sociedad, o cambiamos radicalmente de forma de pensar y la manera de actuar o nos vamos a la puñetera mierda. Nosotros mismos.