Gobernar no es dialogar. Gobernar no es debatir hasta la extenuación en busca de un consenso imposible. Gobernar no es pactar. Gobernar no es llegar a acuerdos que malconvencen sin contentar a unos ni a otros.

Gobernar no es sumar. Gobernar no es hacer cálculos interesados a pesar de que no salgan las cuentas.

Gobernar no es ceder.

Gobernar no es renunciar a las convicciones propias por las imposiciones de un apoyo necesitado, pero que no tiene por qué ser necesario.

Gobernar no es ganar. Gobernar no es estar dispuesto a todo con tal de llegar al poder.

Los titulares de mañana destacarán que la próxima legislatura será la del diálogo, la del pacto, la del consenso. Algunos incluso añaden que será la de la auténtica democracia, la de la política de verdad, como si poseyeran en exclusiva la capacidad de hablar y entenderse con los demás.

Y hay quienes sostienen que los resultados que deja el 20-D dibujan una España más plural, pero yo sigo viendo que mi voto sigue sin valer lo mismo que el de un catalán o el de un vasco. Es inexplicable e intolerable que en este país mantengamos un sistema electoral que siga dejando en manos de partidos que representan a una sola región el futuro de toda España.

Habrá quien afirme que estas elecciones suponen el triunfo de los indignados.

Sin embargo, lo realmente indignante es que los que seguro que como yo nos sentimos esta noche españoles de segunda o de tercera sigamos consintiendo que las decisiones sobre lo que nos importa se tomen por los intereses de formaciones minoritarias.

No sé, ni creo que nadie lo sepa aún, quién va a ser el próximo presidente del Gobierno de mi país.

Y sea quien sea, sí sé lo que esperó de él, que gobierne. Y gobernar no es dialogar, no es pactar, no es ceder, no es sumar, ni siquiera, ganar.

Gobernar es tomar decisiones, gobernar es hacer cosas. Y «por sus hechos los conoceréis». Sólo espero que mi presidente actúe con la dignidad suficiente como para que no me convierta en un indignado.