Ya no nos inmutamos cuando un día tras otro nos invade nuestras retinas esas pateras a la deriva, esos restos de embarcaciones esparcidos por la costa o esas apestadas barquichuelas en que van rostros oscuros, aceitunados, despavoridos y asustados. Un día tras otro visionamos esta realidad que no nos produce ningún sobresalto, sólo una vaga conciencia del primer mundo, un atisbo de compasión y un hipócrita lamento: «Pobrecillos ¡lo que sufren por buscar un mundo mejor». Y ahí acaba nuestra valoración ético-moral.

Hasta hace muy poco, las únicas imágenes marítimas que se asomaban a nuestros hogares a través de la antigua pequeña pantalla, eran campeonatos de veleros, remeros esforzados, la Copa América, la puesta de largo marítima de la Casa Real, los pescadores abnegados en plena faena y los mercantes en alta mar. Era la viva y bella imagen de los barcos surcando el Mediterráneo, pero quedaba por llegar a nuestros hogares la negra y horripilante imagen de las pateras que van surcando los negros y moros, perdón, los negros mares.

Hemos cambiado las cajas de sardinas y los langostinos por seres humanos amontonados, hambrientos, con la muerte silbándoles cerca, sin futuro cierto y con el miedo adosado a sus carnes. Pero no siempre el barco llega a puerto; a veces, la mercancía de ultramar de un mundo soñado sirve de pasto a nuestros peces.

Mientras, los ricos occidentales nos afanamos en conseguir ayudas al tercer mundo, congresos de ONGs, maratones de televisión, cooperación, solidaridad con ropas y enseres, etc. Pero, con perdón y sin ánimo de molestar, son brindis al sol frente al problema real, Menos 0,07 del IRPF a la solidaridad, conciertos musicales frente al hambre, ayuda humanitaria, cruces rojas o islámicas de la inmigración, guardias civiles de acogida, nosecuantos grupos de acogida y más inversión y desarrollo agroindustrial en esos países.

Necesitamos una decidida fortaleza internacional para expulsar de sus tronos y por todos los medios a regímenes políticos dictatoriales, medievales, autárquicos o a ´elegidos divinos´, pues son también el gran freno al desarrollo económico de tantos países pobres que son fuente de la inmigración actual. Todo consensuado por ONU, USA, G-20, UE y todo el que quiera arrimar el hombro; y ¡ basta ya de poner tiritas a heridas desgarradas por la injusticia y el hambre! ¡Menos comidas de trabajo y más trabajo para dar recursos propios a estos pueblos! Hasta que esto no ocurra, no podremos nunca dejar de ser la punta de acogida de la masa de hambrientos y refugiados.

Nuestro desarrollo económico español está íntimamente ligado a la llegada de mano de obra inmigrante. Hemos conseguido por fin el sueño anhelado de ser y estar en Europa, aunque también conlleva esta avalancha inmigratoria una bolsa de delincuencia que en algunos casos carece de escrúpulos y valoración hacia la propiedad y la vida ajena. A todos los inmigrantes honrados y trabajadores de España es importante hacerles saber que los necesitamos para nuestro desarrollo económico, industrial y, sobre todo, personal. Tenemos que superar nuestra ayuda misionera y piadosa para interrelacionar con ellos de tú a tú, como uno más. La integración es dificultosa y lenta, pero como apisonadora, segura y firme.

También es necesario que todos los que han recibido la acogida de este país sepan respetar las normas de convivencia del lugar que les acoge y, sobre todo, deban exigir, denunciar, frenar y demandar su exclusión; a todos los conciudadanos que dada la gravedad de sus delitos no respetan las normas básicas de una sociedad civilizada que les acoge. Esta será la única forma para desligar definitivamente de la mente de todos la falacia aprendida del binomio delincuencia-inmigración.

La inmensa mayoría de población inmigrante es gente trabajadora, solidaria, con todas sus ilusiones en un futuro mejor para los suyos, anhelando y ansiando volver a sus raíces, pero intentando dejar de lado el hambre y las penurias conocidas. Flaco favor les hacen los sujetos de vida profesional delictiva, pues cada noticia de un delito cometido son lanzas de acero que se incrustan en la mente colectiva asociando el color de la piel, la religión o las costumbres diferentes a la práctica de la delincuencia organizada.

Nuestro país, España, está inmerso en un proceso de ajuste e integración social no exento de problemáticas, choques culturales y atascos lingüísticos, pero en pocos lustros estaremos acomodados los unos y los otros en una realidad más gratificante y placentera si sabemos usar la prevención como instrumento de intervención.

Recordando nuestro Mar Mediterráneo, puede ser de nuevo un lugar donde nuestras embarcaciones se dediquen a su natural cometido: pesca y recreo surcando los mares no llenos de moros sino de meros.