Vuelvo del Caribe por vacaciones (curiosa frase, casi parece un oxímoron). Mañana votaré. Pero votaré en blanco. ¿Por qué votaré en blanco? En primer lugar habría que preguntarse por qué votaré. La respuesta es, sencillamente, por hacer acto de presencia y que al menos en algún sitio conste que el día tal a la hora tal estuve en España y ejercí mis derechos. Llámenlo nostalgia de ejercer de español. Nos pasa a los que vivimos fuera. En segundo lugar quepa decir por qué votaré en blanco.

Sigo la actualidad política española. Aunque estoy lejos en cuerpo, me mantengo cerca en mente. Todos los días escucho la radio española y leo los periódicos españoles. Conozco los distintos partidos políticos que se presentan a las elecciones y sus propuestas. Sobre algunos hasta he divagado un tanto en algún que otro ensayo político que he publicado últimamente. O sea, que más o menos puedo decidir mi voto con cierto criterio. Tal vez equivocado. Pero criterio, al fin y al cabo. Un criterio, como mínimo. Sin aspiraciones de extrapolarse a otras personas, ni ánimo de convencer a nadie de que actúe como yo. Pero válido para mí. Este criterio me lleva a concluir que no me siento ni representado, ni tengo confianza en ninguna de las fuerzas políticas que en el presente se disputan el poder en España. Vayamos una por una.

El PP. Evidentemente, no me parece muy sensato votar a un partido que, sistemáticamente ha hecho lo contrario de aquello que prometió en la última campaña electoral. Y no me vale la excusa de que no sabían lo que iban a encontrarse y por ello tuvieron que cambiar el rumbo sobre la marcha. Porque entonces ya no serían mentirosos, vale. Pero pasarían a ser idiotas, porque todo el país sabía perfectamente lo que se iban a encontrar. No es sólo eso. No es sólo que mintieran. Tampoco es la corrupción masiva, sistémica y endémica de dicho partido. Son las decisiones tomadas. Decisiones que siempre que tuvieron que elegir entre recortar en Administración política y derechos sociales, siempre eligieron derechos sociales. El PP tuvo tal vez la mejor oportunidad de cambiar y mejorar este país que ha habido desde la Transición. Con la situación de desastre que había en 2011 hubiera sido posible ponerse de acuerdo con la oposición y modificar la Constitución en determinadas cuestiones clave (organización territorial, administración elefantiásica, lucha contra la corrupción?) que estrangulan España. Pero no lo hicieron. Y no lo hicieron porque tenían otros intereses. No los intereses de los ciudadanos. Por ello que no esperen mi voto de ciudadano.

El PSOE. Quien sepa lo que este partido quiere, que levante la mano. Mera agrupación de gente vanamente progresista que en función de las encuestas y de la región en la que se encuentren defienden una cosa, u otra, o la contraria. A mí me podrían gustar algunos socialistas de antaño. Gente que tiene las cosas claras, aunque con algunas se pueda no estar de acuerdo. ¿Pero con el PSOE de ahora? Si con Zapatero perdió el alma socialista y se convirtió en el camarote del buenismo intrascendente, ¿qué es ahora? ¿Qué más me da que apoyen determinadas cuestiones sociales con las que puedo estar de acuerdo, si simultáneamente se posicionan con el centrifugismo territorial que tanto daño le ha hecho a mi país en los últimos treinta años, o si aceptan en esencia el discurso del capital contra el que dicen posicionarse?

Ciudadanos. Puro marketing. Derecha más o menos centrada. Tanto que no se sabe si es derecha o izquierda o nada. Posiblemente sea nada. No se les puede criticar mucho, del mismo modo en que tampoco se puede criticar a las nubes. Traslúcidos unos, transparentes otras, la luz les atraviesa y no es posible saber qué piensan. Suenan bien. Se ven bien. Pero no les abandona la sensación de que si tuvieran que sonar o verse de otro modo, no tendrían problema alguno en hacerlo. Por no hablar de que son un partido de un solo hombre. ¿Quién, más allá de su líder? ¿Son de verdad un partido con una ideología detrás o se disolverán tan rápido como UPyD en cuanto no les vaya bien? No me fío de ellos. No es que me gusten o no me gusten. Es que no me fío.

Podemos. A estos les he llamado populistas abiertamente en diversas ocasiones. Al menos antes lo mostraban abiertamente y sin reparos. Sus propios líderes tienen textos defendiendo el populismo. ¿Pero qué son ahora? Hace un año iban a cambiar el mundo y tomar los cielos al asalto. Ahora se conforman con reformar la Constitución, se hacen fotos con el retrato del joven rey al fondo y su líder, que no hace tanto no sonreía ni para pedir la vez en la cola del súper, ahora sale en la televisión tocando la guitarra. ¿El lobo poniéndose disfraz de oveja o simplemente otros oportunistas dispuestos a vender a su madre para coger algo de poder y dinero?

De Izquierda Unida, UPyD, los distintos partidos nacionalistas/independentistas y demás ni hablo. Sinceramente, creo que no merece la pena.

Entenderán que con estas opiniones no puedo votar a ningún partido de los dichos. Así que votaré en blanco. ¿Qué debería tener un partido para que yo le votara? Los ingredientes son sencillos pero, al tiempo y por lo que se ve, de difícil cumplimiento: socialdemocracia en economía, liberalismo en política; una concepción territorial clara de España como Estado y al tiempo Nación irrenunciable que, no obstante, concibe en su interior la existencia de otras Naciones, que no Estados; una voluntad clara de adelgazar drásticamente la administración política y burocrática del país. Y, a ser posible, que el líder del partido sea algo más que un figurín. Casi nada.

¿Tal vez en la próxima ocasión?