La navidad es una época para cumplir nuestros sueños. Yo cumplí el mío hace una semana. Desde muy pequeño, siempre he sentido pasión por los animales en general y por los felinos en particular. Y mi gran sueño era interactuar con algún felino mayor. Gracias a mi mujer y a los que ya considero como mis amigos del Zoo de Castellar en Castellar de la Frontera, Cádiz, pude cumplir ese sueño.

El Zoo de Castellar es un zoo especial. Me atrevería a decir que casi único en el mundo. Se trata en realidad de un centro de rescate animal para ayudar a los animales decomisados por las autoridades: animales víctimas de abandono, de maltrato o del mercado negro. Además de esta admirable labor, su principal virtud es que se trata de un centro donde las personas y los animales pueden interactuar. Las infraestructuras del Zoo de Castellar están realizadas de tal manera que el contacto con los animales es el más cercano que he visto nunca, con cristaleras por todas partes para poder observar a los animales más peligrosos muy de cerca, enrejados por donde pasan animales de un lado a otro y espacios abiertos en donde viven los animales más dóciles. Al tratarse de animales que no pueden regresar a la naturaleza, la idea del zoo es que los animales puedan interactuar con los seres humanos y se acostumbren a su presencia. Gracias a ello, podemos darle de comer a un mono, coger en nuestros brazos a un osito de la miel, darle de comer a un lémur, coger en nuestras manos a un erizo, tocar las plumas de un águila, tocar la piel de una serpiente o acariciar a un tigre de cinco meses, entre otras muchas actividades.

Todo ello, sin embargo, es solo la parte visible. Lo que no se ve y que yo tuve la oportunidad de observar porque llegué al zoo cuando no había nadie más que los cuidadores, lo cuales ni siquiera sabían de mi presencia es todo el trabajo que hay detrás. El amor que los cuidadores y el resto del equipo del Zoo de Castellar muestran por los animales me dejó absolutamente asombrado. No solo realizan las tareas propias de limpieza y alimentación, sino que achuchan a los animales, los miman y les dan besos como si fueran miembros de su propia familia. Los animales se vuelven locos de alegría cuando los ven llegar. Tampoco se ve el trabajo de recuperación que todos ellos realizan por culpa de aquellos seres humanos que dicen amar a los animales pero que luego abandonan o maltratan: animales que se compran como juguetes y que luego son tirados como basura en cualquier cuneta; animales que son utilizados y maltratados para espectáculos; o animales que son comprados y vendidos en el mercado negro para regocijo de ricos impresentables. Tampoco se ven los viajes al extranjero para recuperar, por ejemplo, a un tigre que va a ser abandonado por un circo que está en la quiebra; ni la falta de ayudas oficiales para este tipo de proyectos; ni la falta de espacio por el desinterés de las autoridades; ni las operaciones a los animales que llegan malheridos; ni las noches sin dormir para darle el biberón cada tres horas a un león de dos meses.

Todos los que amamos a los animales nos gusta verlos en libertad, eso es evidente, pero cuando eso no es posible, al menos deseamos que esos animales no sean sacrificados y puedan disfrutar de una segunda oportunidad. El Zoo de Castellar es esa segunda oportunidad. Y sus cuidadores son los que la hacen posible. Por eso, el zoo de Castellar es una pequeña joya. Mi gratitud desde aquí por su atención y por la magnífica labor que realizan.

Y si ustedes, queridos lectores, tienen la oportunidad, hagan todo lo posible por visitarlos. Cambiará sus vidas.