Pinocho se fue a pescar al río Guadalquivir, se le cayó la caña y pescó con la nariz. No lo digo yo, que conste. Es la letra de una canción infantil y no me digan que no tiene lo suyo. Pero esperen, que la letra continúa: su padre toca el bombo, su madre los platillos y al pobre de Pinocho se le cayeron los calzoncillos.

Son increíbles las letras de las canciones infantiles. Mitad poesía total, mitad piezas surrealistas. Analicen con detalle, por ejemplo, la siguiente letra: A mi mono le gusta la lechuga planchadita sin una sola arruga, se la come con sal y con limón, muy contento sentado en mi balcón. ¿Alguien ha visto alguna vez a alguien, mono o persona, planchando una hortaliza?.

El ajuste a la realidad es absolutamente lo de menos en las letras de las canciones infantiles, y quizás sea eso lo más sugerente de lo que estamos tratando. Parece como que pensemos que ya tendrán nuestros niños tiempo para ser sensatos y ahora, a su edad, lo que toca es ponerle música a su inocencia y su poca cabeza. Lean también el principio de la letra de una de mis canciones preferidas: para dormir a un elefante se necesita un chupete gigante, un sonajero de coco y saber cantar un poco. Se necesita ser crío para que esto no suene a una absoluta bobada, pero eso es justo lo más hermoso. Las canciones infantiles nos retrotraen a un universo en donde la sonoridad le gana la partida al sentido común, donde se trata de dar palmas y no de comerse el coco, y donde lo importante es que la letra rime como rítmico y despreocupado es el mundo de los niños jugando.

En las letras infantiles, además, no pasa el tiempo. Cucú, pasó un caballero; cucú, con capa y sombrero; cucú, pasó una señora; cucú, con traje de cola. ¿Suena antiguo, verdad? ¡Y qué importa! Tampoco importan en absoluto las obviedades (el patio de mi casa es particular, cuando llueve se moja como los demás), mezcladas con las frases crípticas que casi nadie entiende (agáchate y vuélvete a agachar, que los agachaditos no saben bailar) que combinan a la perfección con ripios sugerentes y retadores (hache, i, jota, ka, ele, elle, eme, a, que si tú no me quieres otro amante me querrá) y que rematan con frases turbias y terribles que si las pensáramos bien jamás diríamos a nuestros niños (a estirar, a estirar, que el demonio va a pasar).

Son fantásticas las letras de las canciones infantiles. Tenemos tendencia, piénselo bien y verán que tengo razón, a cantar estas canciones sin reparar en lo que dicen. Y cuando nos fijamos, es para flipar. Háganlo a partir de ahora. Presten atención a las letras que cantan junto a sus hijos. Encontrarán sonoridad, locura, surrealismo, ingenuidad, trascendencia, excelentes rimas y solemnes tonterías. Todo junto. Todo hermosísimo y, lamentablemente, fugaz.