Décimos de Lotería; participaciones de Lotería; hordas de personas en los centros comerciales; compras y más compras; comida de Navidad con los amigos del colegio; cena de Navidad con los compañeros de trabajo; cena de Navidad con las amigas de toda la vida; comprar algún modelito para los eventos que están a la vuelta de la esquina; agobio en las calles; telediarios en los que informan sobre el juguete agotado, los kilos que cada español va a engordar en fechas navideñas, los divorcios, las peleas entre cuñados y sobre el precio del marisco; agobio en la calle, en el autobús, en las tiendas€ Sinceramente, te preparas mentalmente para esto y puede que tengas ganas de huir a una isla desierta, después de pegar un grito ensordecedor en medio de la Gran Vía. Pero, de repente, te vienen a la cabeza los abrazos y los besos que repartes entre amigos y familiares -que deberíamos dar más a menudo- ; los reencuentros anuales con gente a la que quieres; la sorpresa de abrir ese regalo y la ilusión de dar ese paquete; la mirada de un niño emocionado al vivir la Navidad; el incremento de generosidad con los que lo necesitan o la alegría que te obliga a olvidar malos momentos, y caes: recibes a la Navidad con los brazos abiertos. A mí me pasa.