Quieren estar en todo, en la política y en los negocios. Valga la redundancia. Y es que, para algunos, lo segundo no existiría sin lo primero. Todo empieza esa mañana en que se miran al espejo y le dicen a la imagen que los refleja: «Me lo merezco». Piensan: este partido no sería nada sin mí, he ganado elecciones, he dedicado muchas horas a la causa, soy un tipo fantástico que tengo que soportar innumerables marrones, son unos mediocres que me necesitan, no estoy suficientemente considerado... Y hacen cuentas: ¿Qué gano yo? ¿Tres mil, cuatro mil euros? Esto es una miseria, concluyen. Y tiran del manual del ideario: en esta sociedad hay que valorar el talento, hay que tomar iniciativas, aprovechar las oportunidades... Así avanza el mundo.

Después del masaje de autoestima llegan a la conclusión de que la política los limita, pues sus capacidades son infinitas y las estúpidas normas los costriñen a esas labores rutinarias, poco creativas y en las que hay que convivir con auténticos cenutrios. Pero no pueden prescindir de la política, pues ésta es la que les ofrece las relaciones, los contactos, las informaciones reservadas, la notoriedad pública, el prestigio como gestores o benefactores „si alguien lo discute siempre será cómplice de la oposición„, el acceso a los núcleos del poder real „el económico y financiero„ y los rituales para el pavoneo. Estar en la política es estar en el mercado. Y ni siquiera hay que arriesgar demasiado. Basta con poner en contacto a Fulano con Mengano, advertir a Zutano de lo que se cuece, disponer de una agenda de teléfonos que los VIPs descuelgan cuando leen el nombre digitalizado. No hay que ingeniar ni invertir „el patrimonio propio, siempre a salvo„, sólo encauzar a otros. Y cobrar, desde luego. Un porcentaje adecuado. Por pequeño que éste sea, si la operación es importante acarrea cantidades monstruosas. No hay que abusar. Por supuesto, todo legal. Para eso están las asesorías y los gabinetes, aunque ni siquiera se sitúen en una espacio físico y sean simples marcas para justificar las operaciones, o la parte visible de ellas, a Hacienda. El Congreso o el Senado autoriza la compatibilidad sin ningún problema. Si la legalidad, que es muy laxa para estas cuestiones, se queda corta para el propósito, siempre hay un testaferro, una sociedad opaca, un chiringuito a cargo de un familiar, un truco, pues quien hace la ley hace la trampa. Se trata de sortear la ley con las propias herramientas que ofrece la ley.

En la mayoría de las ocasiones, aunque no siempre es preceptivo, esa mañana frente al espejo en que gozan de la revelación, coincide con la lógica evolución sentimental de quien ha adquirido mundo. El mundo está llevo de mujeres hermosas, inteligentes, dinámicas, cómplices, adoradoras del éxito, generosas en cuerpo y alma. ¿Qué hago yo con esta esposa que me controla, me ata y me regaña cuando yo soy un amo del universo? La quiero, claro, por el roce y la costumbre, pero todo está agotado, y me merezco algo más. Me merezco una dosis de aventura, de riesgo... Estoy en plena forma y necesito que me admiren, me mimen y me lleven a extremos desconocidos. Esa reflexión va seguida de inmediato de un parpadeo cerebral muy parecido a una luz roja intermitente que parece emitir en clave una palabra de dos sílabas: Pas-ta, pas-ta... La mujeres hermosas e inteligentes disponibles para cargar con políticos en crisis sentimental propicios al tipo de deducciones de esta descripción suelen ser muy gastonas, sobre todo porque en el proceso de seducción han sido ´educadas´ en la esplendidez. La consecuencia es que es preciso afanar de donde sea, pues las ´obligaciones´ que conlleva pisar alfombra no pueden sustentarse con el escueto sueldo del cargo político ni siquiera con los añadidos de dietas y excepciones de pago que contiene. Y a tope.

Dice Rajoy que va a extremar las incompatibilidades. A buenas horas.