Me gustaría hablarles hoy de la imagen que nos ofrecieron a nueve millones de espectadores Soraya Sáez de Santamaría, Albert Rivera, Pablo Iglesias y Pedro Sánchez en el debate de la tele. A estas alturas, ya no queda nada que comentar sobre lo que dijeron y cómo lo dijeron, así que ¿por qué no dedicarle un espacio al aspecto exterior que presentaban y a lo que transmitía ese aspecto?

Lo primero que habría que decir es que la posición en la que los colocaron, allí, de pie, sin un mal atril donde apoyarse, sin nada con lo que establecer algún contacto físico, a pelo, fue algo que tuvo que resultarles bastante incómodo, y eso se notaba. Además, dos horas largas a pie parado es mucho tiempo, y tuvieron que sentir cansancio, hormigueo en las piernas y una cierta inquietud provocada por qué hacer con los brazos y las manos, sobre todo, cuando los otros hablaban. O sea que el tema posicional, a mis cortas luces, no estaba a su favor.

En primer lugar hablemos de Soraya que iba de oscuro total. Hasta tal punto era oscuro todo lo que llevaba encima que realmente casi no se pudo descubrir qué se había puesto además de unos pantalones, Se veía como un blusón, y una chaqueta, pero no podías saber cómo eran. De esta manera, el resultado de su imagen era un cuerpo oscuro con una cabeza y una cara. Esta sobriedad, a mi juicio, no la ayudaba porque no podías distraerte de sus gestos, de sus aspavientos o de sus mohines, según hablaba ella o los demás, y varias veces esos gestos no eran agradables de ver, como los que significaban ´chúpate esa´, o ´qué a gusto me he quedado diciendo esto´, o ´una mierda para ti y para todos los tuyos´, que son cosas que yo creí entender a través de esos gestos.

Albert Rivera iba muy bien, con un traje que destacaba su juventud y su atractivo personal, su camisa y su corbata, todo impoluto, limpio, planchado, como oliendo a detergente de lavadora perfumado. También llevaba el pelo en su sitio, bien peinado, y la cara perfectamente rasurada, las patillas ligeramente rizadas. Un querubín de muchacho. Pero, ahí veo yo el problema de la cosa, si es que hay alguno, en esa cosa de ´muchacho´ que daba su imagen. No sé por qué, mientras lo veía en la pantalla, me imaginaba a este joven actuando como presidente del gobierno español, por ejemplo, con Angela Merkel, allí hablando de Europa y de sus cosas económicas mundiales, y, oye, que no lo veía, que no me encajaba, quiero decir. O con Putin, tratando el tema de Siria. Y nada, que no conseguí que una imagen pegara con la otra.

Del aspecto que ofrecía Pablo Iglesias sería muy fácil hacer un escarnio, pero cada maestrillo tiene su librillo y supongo que este político tiene el suyo, y si va así es porque quiere.

En cualquier caso, lo de la camisa espantosa y los vaqueros tiene su aquel, y lo de la cola de pelo allá cada cual, pero, ¿por qué no ponerse una chaqueta? ¿Se niegan públicamente los valores de Podemos por ponerse una chaqueta? ¿Se puede seguir siendo un líder político de izquierdas que ofrece un cambio radical de sistema político, de valores incluso, si uno se pone una americana, aunque sea comprada en un chino? ¿Se traicionan ideales con una chaqueta puesta? La verdad, no sé qué decirles.

Y por último llegamos a Pedro Sánchez: impecable traje oscuro, impecable camisa blanca, impecable etc. etc., desde la punta del pelo hasta los brillantes zapatos. En la pantalla, tanto de lejos como de cerca, a su imagen impecable, además de ser guapito de cara, no se le podía poner un ´pero´. Pero, ¿y si no hubiera sido tan impecable? ¿Hubiera parecido más cercano con algo fuera de su sitio? Muchos han dicho que no comunicaba bien, que quedó algo frío con sus palabras, y yo creo que a todo ello también colaboró ´la frialdad´ de su imagen, esa perfección de todo en su sitio. A mi juicio, un grano purulento en la nariz le hubiera ayudado, un pelo fuera de su sitio en la cabeza, una camisa menos blanca y menos planchada, el nudo de la corbata un poco mal hecho, qué se yo, algún detalle del que pudiéramos haber dicho: «Mira, tiene ese defecto; como yo».